Opinión | Colaboración

El aburrimiento puede ser lúcido

«La civilización no se funda sobre la satisfacción de las voliciones, sino sobre la renuncia a estas»

Vivimos en una sociedad atrapada en el pensamiento rápido que llena las redes sociales y vacía las bibliotecas. El ‘Homo agitatus’ es el protagonista de la época y también del libro ‘Homo Agitatus’( Edit. Goma Espuma), con el que el filósofo Jorge Freire ha ganado el Premio Málaga de Ensayo. El que esté libre de este mal de la época puede ir tirando la primera piedra, pero seguro que no serán muchos quienes se agachen a recogerla. Es como el hámster que corre y corre en su ruedecita sin llegar a ningún sitio. Los individuos agitados nunca están dormidos y nunca están despiertos del todo, de tal suerte que se pasan el día interrogando o haciendo preguntas a alguien para que diga y responda lo que sabe sobre un asunto. Podríamos decir que, como mucho abarca y poco aprieta, el ‘Homo agitatus’ carece de la actividad simultánea de actividad y pasividad, que es lo que Platón llamó ‘dynamis’ o capacidad de hacer. Ante tal situación solo queda entender la sabiduría inmortal de quedarse quieto, pero no es fácil hacerlo en un contexto en que, según muchos, el exceso de información y de estímulos constituye un avance. ¿Es mejor aburrirse que divertirse? Respecto a la obligación de divertirse, entretenerse, en abstracto, según Jorge Freire, hacer girar los surcos en otra dirección, y yo creo que no sirve de nada dispersarse, desbordarse y salir de uno mismo. Respecto al aburrimiento, se da la circunstancia de que aburrirse es más difícil que divertirse. Por un lado, dicen los psicólogos que el hedonismo a corto plazo representa para los miembros de la Generación Z postmillenial una especie de perverso genio de la lámpara, generando una baja tolerancia a la frustración que no solo mueve al derrotismo o a la angustia, sino que además sienta las bases de un buen número de conductas anormales con rasgos de animalidad. Por eso conviene recordar que la civilización no se funda sobre la satisfacción de las voliciones, sino sobre la renuncia a estas. Cuando el camino es corto, hasta los burros llegan. No viene mal, decía San Francisco de Asís, «necesitar pocas cosas, y esas pocas cosas necesitarlas poco». La cuestión estriba, a mi juicio, en que cuando la transgresión se vuelve obligatoria, queda automáticamente anulada, como sucede en los botellones en que la gente bulle porque se considera obligada a bullir. ¿Hay imagen más desalentadora? Así, también hay un lector que se encomienda a la tarea de leer como si de labor gimnástica se tratase, creyendo que esas lecturas le conferirán una cierta virtud. Por desgracia, nada demuestra que pasar la tarde con el último best seller sea preferible a hacer deporte o conocerse a sí mismo. «No te busques fuera de ti», pues la tarea de nuestro tiempo es aprender a vivir en nuestros propios zapatos y mantenernos en pie sin hacer «nada».

*Licenciado en Ciencias Religiosas

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