Opinión | Brisas

La Unesco y el mar de olivos

«No hay unanimidad en la solicitud por parte de Asaja, Coag y otras cooperativas agroalimentarias andaluzas»

Ese mar de olivos que aparece en toda su plenitud cuando superamos Despeñaperros puede difuminarse simbólicamente. La Diputación de Jaén aspira a que la Unesco lo considere Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Pero no hay unanimidad en la solicitud por parte de Asaja, Coag y otras cooperativas agroalimentarias andaluzas. No entro en los argumentos positivos y negativos de tales actitudes. Me limito a parafrasear parte del dicho histórico, «ayudo a mi señor»; y en este asunto «mi señor» es el olivo, un árbol sufrido que resiste inviernos gélidos y veranos tórridos. Es viejo y sabio como el cordobés Séneca. El campo de olivos es como una inmensa catedral verde y vegetal que invita a la meditación. Pablo Neruda dedicó al oro virgen la oda al aceite, que dice así: «No sólo canta el vino/ también canta el aceite/ y entre los bienes de la tierra/ aparto/ aceite/ tu colmado tesoro que desciende/ desde los manantiales del olivo». El sector agrario teme que imperen limitaciones (por ejemplo, la contaminación visual) a la buena labranza. Se quiere favorecer la explotación turística bajo el pretexto de conservar el paisaje. Según dicen, ya lo cuidan los «legítimos» propietarios del campo de olivos. La calidad del oro virgen empieza en el campo de olivos bien labrado y bien alimentado con nutrientes adecuados y que no falte el agua. Las organizaciones agrarias argumentan que la gestión privada de la Agricultura garantiza la supervivencia de los olivares y además es «la base de la economía de todo el sector agroalimentario». Volvamos al principio: no se puede aprobar la solicitud sin los agricultores.

*Periodista

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