Opinión | PARA TI, PARA MÍ

Dios puso el primer Belén de la historia

En un pesebre comienza Dios su aventura entre los hombres. Vayamos a Belén, volvamos a las raíces de nuestra fe

Hoy, cuarto domingo de Adviento, la liturgia de la Iglesia nos presenta a María como «la Virgen que concebirá y dará a luz un hijo» (Mateo 1,23). El Hijo de Dios se genera en su vientre para hacerse hombre y ella lo recibe. Dios se acercó excepcionalmente al ser humano a través de una mujer. Dios tambien busca maneras de acercarse a nosotros con su gracia para entrar en nuestras vidas y ofrecernos a su Hijo. Como María, que al acatar libremente la voluntad del Señor cambió el destino de la humanidad, nosotros tambien podemos abrazar su plan de salvación acogiendo a Jesús y tratando de seguir cotidianamente sus enseñanzas. María es un modelo al que imitar y un apoyo con el que contar en nuestra «búsqueda de Dios», en nuestro acercamiento a Dios, en nuestro compromiso con la construcción de la «civilización del amor». El otro protagonista del Evangelio de hoy es san José. El evangelista pone de relieve que José no sabe explicarse por sí solo lo que sucede, es decir, el embarazo de María. Justo en ese momento de duda y angustia, Dios se acerca a él a través de un mensajero que le explica la naturaleza de esa maternidad: «El Hijo que espera es obra del Espiritu Santo». Ante ese evento milagroso, que suscita muchos interrogantes en su corazón, José confía totalmente en el mensaje de Dios y hace lo que le indica: no repudia a María, sino que se casa con ella. Y al aceptarla, José tambien acepta, libre y amorosamente, al que ha sido concebido en su vientre por obra del Espiritu Santo, porque nada es imposible para Dios. El papa Francisco subraya en san José, el hermoso destello de «soñador»: «Este hombre, este soñador capaz de aceptar una tarea ardua, tiene mucho que enseñarnos en estos tiempos de desamparo. José es el hombre que no replica, sino que obedece; el hombre de la ternura; el hombre capaz de cumplir las promesas y convertirlas en realidad. Me gusta pensar en él como un guardián de las debilidades». Ciertamente, Dios Padre puso el primer «Belén» de la historia. Puso la historia, los siglos de la espera, el clamor de los profetas, la fidelidad ansiosa de unos pocos, el olvido enloquecido de los demás. Y puso también las figuras del «Nacimiento»: un emperador, un posadero, unos ángeles, unos pastores, unos Magos de Oriente. Y sobre todo, a María y a José. El primer personaje, Octavio Augusto, el rey de María, José y Jesús, su jefe de Estado. Tenía sesenta y tres años, pero no se enteró de la Gran Noticia. Ocurre siempre o casi siempre. El poder nubla mentes y «ensoberbece» terriblemente. Segundo personaje, el posadero de Belén: «¡No hay sitio!», grita a aquella familia pobre que busca posada. Es el mismo «grito egoísta» de esta hora: «No hay sitio para Dios, no tenemos tiempo para escucharle». Así de tontamente, el posadero de Belén perdió el premio gordo de la creación. Fueron a llevarle el billete a su propia casa y lo perdió por evitarse un pequeño conflicto. Tercer personaje, el ángel y el coro de ángeles, primeros periodistas del Nuevo Testamento, que anuncian a los pastores, en la alta madrugada palestina, la Gran Noticia que divide la historia en dos mitades: «Os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor». Los ángeles de la primera Nochebuena de la historia nos hacen pensar en los «falsos ángeles» que anuncian los «falsos pesebres» donde no está Dios, engañando siempre con sus mentiras que tantas víctimas inocentes pueden causar. Personajes son tambien aquellos Magos de Oriente, los «buscadores de Dios», audaces y emprendedores, que siguen la Estrella, símbolo del Mesías, en la tradición judía. La vida cristiana es siempre un camino continuo hecho de esperanza, de búsqueda; un camino que, como el de los Reyes Magos no se detiene ni siquiera cuando la Estrella desaparece momentáneamente de nuestra vista. La Navidad llama a la puerta del corazón de la humanidad. En un pesebre comienza Dios su aventura entre los hombres. Vayamos a Belén, volvamos a las raíces de nuestra fe.

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