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PARA TI, PARA MÍ

Antonio Gil

El 'paraíso' de Dios y la 'pastoral del mantel'

El Papa dijo: «no nos dejemos contagiar por la lógica perversa de la guerra; no caigamos en la trampa del odio al enemigo»

Hoy, domingo, se celebra la fiesta de Jesucristo, Rey del universo, que fue establecida por el papa Pio XI en el año 1925, con motivo del XVI centenario del Concilio de Nicea. Desde la reforma litúrgica que siguió al Vaticano II esta fiesta ha pasado al último domingo del año litúrgico, expresando así que la realeza de Cristo es el culmen de la historia de la salvación. Probablemente, la idea del Papa, cuando instituyó la festividad de Cristo Rey, era exaltar su poder y su gloria sobre todos los poderes de este mundo. Pero se puede decir razonablemente que lo que Jesús quería era afirmar que «otro mundo es posible». Un mundo no cimentado sobre el poder y el capital, sino sobre la ética de la honradez, el respeto, la igualdad de derechos y garantías de todos los humanos, la bondad por encima de todo y la ayuda a todo el que sufre. En eso consiste el reino de Cristo, que chocó y sigue chocando de frente con todos los reinados del «orden presente». El evangelio que se proclama hoy en las misas, nos ofrece los momentos finales de Cristo en la Cruz y las palabras que le dirige al buen ladrón: «Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso». El reino de Dios, que es reino de justicia y de paz, llega para todos los hombres, representados en el «buen ladrón», de la mano de Jesucristo, Rey, Juez y Salvador. Lo más importante de las palabras de Jesús no es el «paraíso», sino el «hoy». En nuestra vida están presentes la pobreza, la aflicción, la humillación, la lucha por la justicia, los esfuerzos de la conversión cotidiana, el combate que implica vivir la llamada a la santidad, las persecuciones y muchos otros desafíos. Pero si abrimos la puerta a Jesús, como se la abrió el «buen ladrón», si dejamos que Él entre en nuestra historia, si compartimos con Él las alegrías y los dolores, sentiremos una paz y una dicha que solo Dios, que es amor infinito, pueda dar. Entraremos en el «paraíso». Hace poco el papa Francisco, en su coloquio con los periodistas en el vuelo de Bahréin, desvelaba cómo nació la aventura de la fraternidad universal. No fue ni en un despacho, ni fruto de una estrategia planificada. Lo transcribo tal cual: «El gran imán de Al Azhar vino al Vaticano para una visita de cortesía y tuvimos la visita protocolaria. Era casi la hora del almuerzo y él ya se iba. En el camino le pregunté: ‘Pero ¿dónde va a almorzar usted?’. Le propuse que almorzáramos juntos. Luego, ya sentados a la mesa, él, su secretario, dos consejeros, mi secretario, mis consejeros y yo, tomamos el pan, lo partimos y compartimos como gesto de amistad. Hacia el final no sé a quién se le vino la idea: ‘¿Por qué no hacemos un escrito de este encuentro?’». La ‘pastoral del mantel’ donde Dios se mueve a sus anchas. Si se le deja». Preciosa la anécdota y bellísimas las palabras del Papa, al narrarla a los periodistas en el avión. Ciertamente, hay una pastoral cercana, al alcance de todos, entretejida de palabras amables, sonrisas cercanas, manos entrelazadas, horizontes iluminados por una fe ardiente, resplandeciendo en todo momento la fuerza del «encuentro» y la «fraternidad» en el diálogo. Vivimos unos momentos, no sólo oscuros y desconcertantes, sino peligrosísimos porque se están utilizando armas tan mortíferas como la mentira, el odio, el enfrentamiento y el «aplastar o eliminar» a las personas que ofrecen otra visión de la historia y de la vida. Durante una grave crisis internacional, en octubre de 1962, cuando parecía inminente un enfrentamiento militar y una deflagración nuclear, san Juan XXIII hizo este llamamiento: «Suplicamos a todos los gobernantes que no permanezcan sordos a este grito de la Humanidad. Que hagan cuanto esté de su parte para salvar la paz; así evitarán al mundo los horrores de la guerra, cuyas terribles consecuencias nadie puede prever». Sesenta años después, estas palabras suenan sorprendentemente actuales. Por eso, el papa Francisco se ha dirigido al mundo en una de sus audiencias, proclamando: «No nos dejemos contagiar por la lógica perversa de la guerra; no caigamos en la trampa del odio al enemigo. Volvamos a situar la paz en el centro de nuestra visión del futuro, como objetivo central de nuestra acción personal, social y politica». Hoy, fiesta de Cristo Rey, escuchemos su voz, desde la cima del Gólgota, invitándonos a entrar en su «paraíso», en su «reino de verdad, de amor, de paz, de justicia y de libertad»

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