Síguenos en redes sociales:

el cuerpo en guerra

Ana Castro

Ahora que todo es presente

Solía cantar esa canción de Sabina en el asiento delantero del coche mientras papá me llevaba a alguna parte y era demasiado pronto para todo, pero la vida iba tan deprisa como yo me proponía porque lo quería todo ya, pronto, y el cuerpo no era un límite, sino un aliado. ‘Ahora que...’ vuelve a resonar en mi cabeza cada día. Creo que ambas --la canción y yo-- hemos dado la vuelta al mundo o que ha pasado un mundo y vuelvo a ser «tan joven y tan vieja» como a los 19. O que he superado la crisis de los 30 o simplemente, como diría mi psiquiatra, he llegado por fin donde debía: a la calma.

El otro día uno de mis amigos me dijo en uno de esos entreactos de la vida que me veía más guapa. Respondí algo así como: «Eso es por dentro». Y, de repente, reparo en que en los últimos tiempos han sido varias amigas y amigos de confianza los que me han dicho eso sin que haya cambiado ningún aspecto de mi físico. Creo que, en efecto, estoy más guapa por dentro, porque vuelvo a ser más la Ana de 19 y no tanto la del dolor. Que el cuerpo pesa, pero piso más ligero (o más fuerte) y fluyo, «que nada es urgente, que todo es presente, que hay pan para hoy».

Me he asentado en mí, he hecho las paces con todo lo que no funciona y sigo. Sigo siempre. Y, si no es el momento, me permito el lujo de pararme el tiempo que mi cuerpo necesite o «sueño de noche y duermo de día». Me preocupo menos, descanso más. Vivo más, aunque el dolor no deje de hacer ruido, y sigo tomando las mismas pastillas. Supongo que protesto menos, me tomo más rescates en silencio, casi sin que los demás se den cuenta, y todo me molesta menos, porque, realmente, son muy pocas cosas las que importan. Y menos sofá y menos cama y más calle, mientras pueda.

Este presente es la única certeza que tengo.

He alcanzado ese punto en el que me canto ‘Ahora que...’ mirándome al espejo y me reconozco, me siento identificada. Y todo es ahora, ya está. Ahora. Y «tocan los ojos, miran las bocas, gritan los dedos». Y si no puede ser ahora –ay, esta prisa mía por todo ya, pronto, antes de que no pueda–, porque se ha colado algún fantasma y se ha asomado el miedo (la calma no puede acontecer si hay miedo), me pongo a lo Escarlata O’Hara en ‘Lo que el viento se llevó’ y me digo: «Mañana será otro día». Entonces, me concedo remolonear y tumbarme, porque realmente lo que necesito es mañana.

Y mañana consigo ahuyentar ese fantasma. Ya no hay miedo. Y todo es presente y hay pan, calma y luz de nuevo.

*Escritora

¡Regístrate y no te pierdas esta noticia!

Ayúdanos a adaptar más el contenido a ti y aprovecha las ventajas de nuestros usuarios registrados.

REGÍSTRATE GRATIS

Si ya estás registrado pincha aquí.