Diario Córdoba

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Joaquín Pérez Azaustre (Julio 2023)

La voz de Antonio Gala

No ha habido otro escritor que haya establecido un pacto más intenso entre sus opiniones y la realidad

Antonio Gala ha sido una religión, un credo y una fe. No ha habido otro escritor que en las últimas décadas haya establecido un pacto más intenso entre sus opiniones y la realidad. Ahora resulta algo más encriptado entenderlo, incluso situarlo con exactitud en su decorado, porque el pensamiento vive ya con su propia inocencia interrumpida entre el golpe de tuit y cualquier soflama convertida en hashtag. Sin embargo, hubo un tiempo -que arrancó en los albores de la Transición y ha durado lo que la propia vida ha permitido- en que todo cuanto Gala comentase sobre esto y aquello se convertía en diálogo; no solo entre el escritor y sus lectores, sino entre la sociedad y el autor. Podría decirse que Antonio Gala escribía para ser leído -lo hizo siempre: básicamente, como cualquier escritor que tenga la honestidad de no ocultarlo-, lo que no significa que su objetivo fuera ponernos por delante una visión dulcificada de los hechos. Puede decirse que Antonio nos ofreció aquellos argumentos que necesitábamos leer y escuchar en un tiempo concreto de momentos difusos, adversos y entusiastas, en la transformación hacia la claridad, sobre las arenas movedizas entre la dictadura y la democracia. Pero también nos puso en mitad del camino la piedra de debates interiores que en muchas ocasiones el ritmo caudaloso de la vida iba dejando atrás, por su incomodidad o por el reto que suponía afrontarlos. Los temas eran todos: Gala y el amor, Andalucía y Gala, Gala y la vejez, Gala y la juventud, Gala y los animales, Gala y Dios, Gala y la muerte, Gala y la eutanasia, Gala y el teatro, la poesía y Gala, Gala y la política, Gala y el poder. Lo escribo así porque el mismo Gala llegó a ser no solo un tema en sí, sino una forma de encontrarnos con ellos.

Ningún otro escritor llegó a ser tan leído y tan escuchado como él, por parte de una gente que además hacía colas para comprar sus libros. Y lo consiguió sin Instagram, sin Twitter ni Facebook, pero con una televisión que dominó a su antojo y supo convertir en otro género literario, desde ‘Si las piedras hablaran’ y ‘Paisaje con figuras’, esos episodios nacionales con la escenografía real de los protagonistas de la historia perdida, que supo recuperar para la gente: desde Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, hasta Manolete, pasando por Colón o por Santa Teresa. Sus inolvidables conversaciones con Jesús Quintero, el Loco de la Colina, dan buena fe de esto: estos hombres hablaban sobre lo divino de lo humano, con el barro en los pies mientras andaban por la carnalidad de vivir. Jesús Quintero, que ya se ha adelantado en la conversación del silencio infinito. Se convirtió en un lugar común, más o menos entonces, afirmar que Gala hablaba mejor que escribía. Yo creo que no: hablaba realmente bien, daba corporeidad, forma y sentido a las palabras y a la modulación del sonido, pero su voz estaba en su escritura. Otra cosa es que escribiera mucho -muchísimo-, como tantos otros grandes, desde Pablo Neruda a Blasco Ibáñez -un gran olvidado con quien podría tejer paralelismos-, y que también podamos escoger entre esto y aquello. Lo que no se debe hacer, con ningún autor extenso, es tomarlo solo por el lado más frágil de su obra: su teatro es vibrante, con la plasticidad musical del lenguaje y esa gracia con fondo popular, y su poesía alude a la verdad de un hombre que se mira al espejo de sus propios demonios y las sombras de luz. Entre sus novelas, cómo no recordar ‘El manuscrito carmesí’: el ocaso de un mundo con Boabdil en el centro, que es también la caída de esa otra ensoñación sensual y alegórica de España.

La Fundación Antonio Gala, que celebra estos días su cumpleaños, es otro gran legado de este hombre que supo ver, en los ojos de su perro Troylo, la mirada común de una inmensidad de hombres y mujeres, entre sus anhelos y el desengaño de vivir. Cuántos grandes artistas, desde su juventud, han salido ya de esas altas paredes. A quienes lo vivimos, quienes lo leemos, nos quedará la voz de Antonio, que era mucho más de lo que filtraría en su personaje. Un hombre tierno y duro, fiero y hondo, con su brillantez curtida a la intemperie; de ahí, entre otras cosas, su intención vital con la Fundación de Jóvenes Creadores. Ahora ya no se recuerda tanto, pero cuánto le debemos los escritores de antes y ahora por la dignidad en el trato del oficio. Gala nos sigue hablando, dentro de su silencio. Vive un hombre en su sueño de palabras dormidas, despierta su voz plena en el lenguaje que levantó y aún vive.

* Escritor

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