Diario Córdoba

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Antonio Gil

PARA TI, PARA MÍ

Antonio Gil

Lázaro, víctima de la ‘cultura de la indiferencia’

La omisión del deber no cumplido es la causante de demasiados desastres y sufrimientos

Seguramente, nunca la parábola del rico epulón y Lázaro, que se proclama en la lectura del evangelio de hoy, tuvo tanta actualidad como la que tiene en este momento. El «rico epulón» es el uno por ciento de los multimillonarios que cada año acumulan más riqueza. El «Lázaro» actual es el ochenta por ciento de la población mundial que no puede llegar a fin de mes. Se hace necesario repensar la actualidad temible que entraña el pecado de omisión. Cuando hacemos algo malo, la conciencia no nos deja tranquilos. Pero cuando dejamos de hacer cosas que tendríamos que hacer, la conciencia se suele quedar tranquila. Y sin embargo, la omisión del deber no cumplido es la causante de demasiados desastres y sufrimientos. Es el caso del «rico epulón» que Jesús presenta en esta parábola. El rico, en realidad, no le hizo mal alguno al mendigo Lázaro. Simplemente, lo dejó, no ya a la puerta de su casa, sino en su «portal», una estancia dentro ya de la mansión del rico. Lázaro se convirtió así en una víctima de lo que el papa Francisco ha denominado la «cultura de la indiferencia». Esto es lo más terrible en el «epulón»: Su insensibilidad ante el sufrimiento. Excepto en casos muy contados, todo el que vive bien, en el derroche y el consumismo sin freno, se vuelve insensible ante el dolor ajeno, las desgracias de otros y el sufrimiento que invade a los más grandes sectores de la población mundial. Hoy también esta parábola tiene una resonancia especial porque estamos celebrando la Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado, que tiene como lema: «Construir el futuro con los migrantes y los refugiados». El papa Francisco, en su mensaje de este año, comenta que «nadie debe ser excluido, ya que la inclusión de las personas más vulnerables es una condición necesaria para obtener la plena ciudadanía. De hecho, la historia nos enseña que la aportación de los migrantes y refugiados ha sido fundamental para al crecimiento social y económico de nuestras sociedades». En la parábola, percibimos la «insensibilidad del epulón», frente a la miseria de Lázaro, actitud que encontramos hoy en el mundo y que hizo reaccionar a Martin Luther King, pronunciando estas palabras: «Cuando reflexionemos sobre nuestro siglo XX, no nos parecerán lo más grave las fechorías de los malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas personas». Dos enemigos nos acechan con fuerza: El individualismo que influye muy negativamente porque nos hace funcionar según lo que necesitamos, con el riesgo de tratarle al otro como objeto de mi necesidad, y el haber carecido de relaciones familiares de afecto, donde uno no se ha sentido querido, lo que le lleva a no quererse, a no «sentir compasión» por uno mismo, y por tanto, a no sentirla por los demás. «Estamos acostumbrados a una cultura de la indiferencia, subraya el Papa, y tenemos que trabajar y pedir la gracia para implantar en nuestras vidas una «cultura del encuentro», que restituya a cada persona su propia dignidad de hijo de Dios, la dignidad del viviente. Estamos acostumbrados a esta vivencia cuando vemos las calamidades de este mundo o las pequeñas cosas, y nos encerramos en nuestros personales lamentos, -«qué pena, pobre gente, cuánto sufre»-, y seguimos de largo. Si no miro, -no basta ver, no, hay que mirar-, si no me detengo, si no toco, si no hablo, no puedo hacer un «encuentro», ni tampoco puedo ayudar a realizar «una cultura del encuentro». Hoy, el mundo nos interpela a todos, para que «cuidemos a los Lázaros», pobres y abandonados, y exijamos, no una «compasión sentimental», sino una acción justa y urgente que mejore la humanidad.

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