Síguenos en redes sociales:

Gratis

«Cuánta razón llevaba aquella mente cuando dio a luz aquel engendro intelectual de que el dinero público no es de nadie!»

Reconozco, confieso, declaro que cuando oigo la palabra «gratis» en alguna de nuestras inteligencias, inteligentos, inteligentes que nos dirigen porque dicen que los elegimos, me echo a temblar, a sudar, a trasudar, a traspirar. Sobre todo, ahora que andamos en plena crisis y, al mismo tiempo, en plenas fiestas populares. Viajes «gratis», comidas «gratis», espectáculos «gratis», autobús «gratis», chocolatada «gratis», sanidad «gratis»... ¡Madre mía! ¡Cuánta razón llevaba aquella mente mágica cuando dio a luz aquel engendro intelectual de que el dinero público no es de nadie! ¡Cuánta razón! Mi mente no da para tanto, no alcanza esos niveles ni esa preñez de madurez intelectual. Por esto, yo diría que el dinero público no es de medio nadie. O sea, que resulta que aquí estos reyes Midas o presidentes republicanos Midas nos regalan la existencia. ¡Qué bien! O sea, que resulta que en algún sótano misterioso se levanta una especie de central no precisamente nuclear que cada día lanza sus chorros de dinero y nos llega como lluvia caída de ese cielo de esas lumbreras que nos gobiernan. Señores y señoras lumbreras, aquí el dinero es de nosotros los paganos y paganas, o sea, de todo quisque o hijo de vecino o la madre que lo dio a luz hasta llegar a ser lumbrera. Por esta regla de tres, es comprensible este estado de la unión o desunión que vivimos. Este aire corrompido que se extiende y extiende sin que nadie sepa cómo o sabiéndolo todos cómo. Este debate de váter, este sádico discurseo, esta lógica de orador cretino, que nos ignora hasta el extremo de creernos su espejo, es decir, cretinos, cínicos, mordaces, mendaces; vamos, idiotas, imbéciles, necios. Con esta lógica de tahúr, es normal que el pueblo, ahora pasado a llamarse ciudadanía, esa palabra informe, anodina, vacua, es normal que el pueblo se crea que la limpieza de la ciudad, el gasto de energía, el cuidado de lo público son cosas que no van con él. Así, puedo destrozar tranquilamente un parque, dejar que mi perro se cisque donde quiera, tirar mi basura donde quiera, (yo, no mi perro), quemar un bosque, malbaratar una beca. Y todos le reímos la gracia. Pensamos que vaya tío, qué pillo, pícaro, astuto, inteligente por haber engañado al fisco, por haberse saltado un semáforo. Total, paga el Estado.

*Escritor

¡Regístrate y no te pierdas esta noticia!

Ayúdanos a adaptar más el contenido a ti y aprovecha las ventajas de nuestros usuarios registrados.

REGÍSTRATE GRATIS

Si ya estás registrado pincha aquí.