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El verano es nuestro

Las personas desean lucir su cuerpo tanto para satisfacción propia como para gustar a los demás

Si la campaña ‘El verano también es nuestro’ sirve para que una sola gorda, gordo o gorde salga de su cueva con ventiladores en estéreo, liándose la toalla a la cabeza para ponerse la playa por montera --nunca mejor dicho--, la doy por bien empleada. Lo digo en serio: siempre me ha indignado que haya gente que sienta que tiene que marchar con su caparazón encima, esa concha invisible, al no ajustarse al canon de los otros. Y lo detesto, especialmente, porque si hay gente que prefiere encerrarse en sí misma a salir al paseo marítimo del mundo, la piscina o la arena, es porque presiente --o porque ya ha sufrido en carnes propias-- que otra gente también está dispuesta a grabar su desprecio en la piel de sus presuntas lorzas, pieles de naranja o de limón, sus michelines o los despeñaderos de pliegues de su ser. Y quien señala a alguien su gordura, también condenará todas las delgadeces excesivas, una nariz grande o un culo respingón. Esos gilipollas siempre van a existir, por mucho que se empeñe Irene Montero y su equipo creativo, porque de alguna forma hay que llamar a la gente que ha hecho el cartel. Entiendo que hay que justificar el ministerio y que un verano sin serpiente --qué más da la guerra o que tengamos otra en las puertas del Este-- no es un verano más; pero convertir en lema ministerial algo que es más viejo que la tos, los bikinis sin pedantería o las nalgas rojizas al tocar la blancura sideral que te asalta feliz al levantar el elástico del tanga, se queda más en broma que en serpiente.

Insisto: en esencia, podría haber sido una buena idea. Pero la ejecución ha sido tan penosa que las propias modelos andan ahora a la gresca con el Ministerio de Igualdad, que ha usado sus imágenes sin su consentimiento. «Hola a todos, a todas y a todes --ha dicho la ministra en Instagram--. Queremos explicaros por qué hemos hecho esta campaña contra la violencia estética y para que todos, todas y todes seamos felices con nuestro cuerpo y disfrutemos de la playa y la vida». No, si lo habíamos entendido, aunque tanto entusiasmo ante el descubrimiento de lo obvio pueda resultarnos sorprendente. «Todos los cuerpos son válidos y tenemos derecho a disfrutar de la vida como somos, sin culpa ni vergüenza. ¡El verano es para todos! ¡El verano es nuestro!». Pues claro. Aunque el verano sería un poco más nuestro si no tuviéramos que racionar el aire acondicionado, pero en fin. Claro que la diversidad es la fiesta de cuerpos que se encuentran y se abrazan. Además, todo esto no deja de ser una gestión del deseo: yo quiero que mi cuerpo luzca de una manera o de otra por satisfacción propia, esto es verdad; pero también, y esto no lo es menos, para poder gustar a los demás. Sacamos nuestras plumas al salirnos del mar, comenzamos la danza de nuestro apareamiento en el último enclave del cerebro. Claro que nos gusta gustarnos; pero nos gusta gustar, esencialmente, y queremos sentirnos deseados porque necesitamos el cariño que nos lleve a esa lentitud de cuerpos en la tarde.

Todo esto es un tema; y otro, la seguridad jurídica o el principio de legalidad. Esto es: no vulnerar el derecho a la imagen o la propiedad jurídica de las imágenes que se usan, que es lo que ha pasado con la campaña ‘El verano es nuestro’. Nyome Nicholas-Williams, una de las modelos del cartel, ha denunciado que ha utilizado su imagen sin permiso. «Es horrible. Deberían haberme pedido usar mi imagen y deberían haberme pagado. El consentimiento es importante y no preguntarme es no darme opción a decidir si quiero que se use mi imagen». Después, al no recibir las disculpas ministeriales, ha acusado a Irene Montero de racista. Yo creo que la incompetencia, en este caso, es solo incompetencia: una mujer que comienza siempre sus intervenciones con todas, todos y todes no va a discriminar a Nyome por ser negra. Luego, Sian Green-Lord: «Un amigo me ha enviado una campaña en la que se usa mi imagen, pero en la que han borrado mi pierna ortopédica. No sé ni cómo explicar la rabia que siento ahora mismo. La han cogido sin mi permiso. Esto está mucho peor que mal hecho». O Juliet FitzPatrick, una modelo con doble mastectomía a la que la diseñadora modificó sus senos. Disparates. Pero no os preocupéis, que del arreglo económico evidente se ocuparán nuestros sufridos impuestos.

A estas alturas de la navegación puedo decir que la sexualidad de una mujer está ya escrita en sus ojos. A partir de ahí, para gustos, texturas, anchuras y presencias. Vámonos a la playa, con nuestro cuerpo en paz.

*Escritor

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