Opinión | Historia en el tiempo
¿Decadencia francesa? (y 2)
La influencia del país vecino ya no es tan destacada, pero sigue siendo grande
Con regusto quizás de las célebres rodomontadas del barroco hispano tan criticadas por los escritores galos del XVII, glosadores y analistas españoles rivalizaron en la prensa de las semanas precedentes en condenar acerbamente los sucesos que empañaron en la capital del Hexágono la celebración final de la Liga de Campeones. Los hurtos a mansalva y ataques físicos a aficionados españoles y escoceses del lado de los habitantes de la ‘banlieu’ parisina y sus guetos han recibido la más severa y continuada condena en los principales diarios de nuestro país, que no han vacilado, a las veces, en calificar a Francia inmersa o muy cercana ya a la situación de un Estado fallido...
Por exagerado que nos semeje tal juicio, no podemos desconocer que no se halla muy lejano del que desde hace algún tiempo emite una porción cada vez más ensanchada de los medios franceses. Conforme a la opinión de estos, su amada patria cada día que trascurre se encuentra enseñoreada por el negativismo y la anomia, que la destruyen como pueblo y como nación, convirtiéndola en una masa amorfa, o multitud polarizada y atrofiada, de numerosos niveles de ciudadanía e incontables orígenes --asiáticos, africanos, americanos--, atomizada al máximo y con una identidad, por consiguiente, sin cesar diluida.
Si mirada ante el espejo de la realidad cuotidiana dicha tesitura no puede ser observada sino, en la posición más optimista, como hondamente preocupante, contemplada desde España impele a la reflexión más meditada. No estamos, desde luego, en los tiempos de Metternich cuando Francia estaba constipada y toda Europa estornudaba. Pero todavía hoy nuestra vecina ejerce una influencia peraltada sobre la contemporaneidad española más estricta. Uno de los pilares más robustos del Estado español contemporáneo, su Administración, es en gran parte deudora de su poderosa influencia. Nuestros respectivos destinos no están por supuesto encadenados, mas sí se hallan siempre cercanos o muy próximos. Por solidaridad histórica y cultura y el sagrado interés nacional, mientras más estemos a la escucha de lo acontecido en ella, más fecunda y rica será nuestra convivencia, como asimismo la aportación a los restantes pueblos del Viejo Continente, ahora acaso más exigida que nunca.
La inmigración es, a la fecha, problema de dimensión nacional en Francia y España. Su gestión por los gobernantes galos no puede ofrecerse como modélica. Su integración se muestra incompleta y, en particular, muy retardataria, casi tardígrada. En nuestro país, su cara es más amable, pero sin ofrecer un semblante halagüeño. Agradezcamos al menos a Francia el aleccionarnos acerca de la trascendencia y pererentoriedad de la empresa.
*Catedrático
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