Diario Córdoba

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Pilar Galán

LA CLAVE

Pilar Galán

De freidoras y morfología

Corren tiempos extraños para la morfología. No es solo que apenas interese a nadie o que su estudio se haya convertido para algunos en un castigo similar al de la lista de los reyes godos, como si conocer el esqueleto de la propia lengua fuera inútil. Qué más da usar el verbo que indica la acción exacta, el nombre verdadero de las cosas, el adjetivo que hace brillar un texto o el pronombre que os engloba y sustituye. Y no hablemos de las conjunciones o de los determinantes. A cambio de la ignorancia de las demás clases de palabras, o quizá mejor sobre ella, triunfa la humilde preposición ‘sin’, que se ha convertido en marca de excelencia y reclamo para mentes manipulables. Ahí está el ejemplo de las freidoras sin aceite. He buscado el término freír y sus acepciones para ver si encontraba la justificación del nombre del electrodoméstico estrella en las cocinas. Por más que he buscado no he conseguido hallar que se pueda llamar así a una freidora cuyo aliciente es precisamente que no fríe, porque para la RAE, freír significa hacer que un alimento crudo esté en disposición de poderse comer, teniéndolo el tiempo necesario en aceite o grasa hirviendo. No es ya cuestión de filóloga tiquismiquis, que también, no voy a mentir ahora, sino de perplejidad. Lo ‘sin’ es mucho más importante que lo ‘con’, aunque parezca mentira. Tanto nos gusta esta preposición que ni siquiera cambiamos el nombre de las palabras que une.

Nos parecen mucho mejores el café sin cafeína, la mayonesa sin huevo o la cerveza sin alcohol. Son tiempos extraños estos en que nos preocupa más quitar que añadir, lo que no tiene un producto que aquello que es su característica principal. Y así nos va, usando mal la pobre preposición, porque el café descafeinado aún conserva algo de cafeína, al igual que la cerveza sin alcohol tiene también un poco de alcohol. Y para que salga más rico hay que añadir aceite a la freidora sin aceite. Y así entre sin y con, se nos pasa el tiempo, sin aprender morfología y, sobre todo, sin darnos cuenta de cómo nos manipulan los que sí aprendieron a hablar bien, tan bien, que han acabado convenciéndonos de que no es necesario saber usar nuestro idioma, solo comprar y crearnos necesidades sin medida y sin capacidad de raciocinio, en las que la preposición tiene su valor exacto, aunque ya no sepamos distinguirlo.

Recurrir al diccionario para empezar una novela, un cuento, una columna, o una intervención en clase es un truco viejo, como de otro tiempo, cuando importaban las palabras y su definición exacta. También es truco de orador sin inspiración, pero en este caso, se trata más de lo primero.

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