La noche del Lunes Santo, en Córdoba, está marcada por dos imágenes que producen ese «escalofrío en el alma», del que nos hablaba este año el pregonero Fernández Criado: la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Sentencia y la del Santísimo Cristo del Remedio de Ánimas. El Remedio reverbera los versos de Antonio Gala, de imborrable fervor y admiración: «En tu cuerpo desnudo, amor del viento,/ beben su palidez las alboradas/ y en tus manos divinas enclavadas/ la luna siega en flor el sentimiento». Y La Sentencia nos hace constatar que ya han pasado más de dos mil años y seguimos condenando a Jesús. Detrás de cada rostro humano que padece las consecuencias de la guerra se nos está mostrando Dios, condenado a muerte. Es urgente que los hombres escribamos de otra manera la historia de nuestro tiempo. Es urgente que se desbaraten las oscuras maquinaciones de los hombres malvados que provocan las muertes de los más inocentes. Vivimos angustiados. Nos sentimos frágiles. Tenemos miedo. Nuestras miradas se vuelven atónitas ante los terribles bombardeos de la espantosa guerra en Ucrania. Quizás, por eso, el Lunes Santo empapa a Córdoba de cruces cercanas a nosotros, -la Vera-Cruz y el Vía Crucis-, cruces a ras de tierra, para que aprendamos el verdadero sentido de «cargar con nuestra propia cruz», como Cristo cargó con la suya, con valentía y entrega, pero tambien con la esperanza de cambiar el corazón del hombre. La sangre de los cristianos asesinados por la guerra es, en esencia, el sacrificio de mártires que, lejos de debilitarla, fortalecen en la comunión de los santos a esta Iglesia peregrina y sufriente. El Lunes Santo nos deja las siluetas de una Madre en las imágenes de la Merced y de la Estrella, que vuelcan su ternura sobre nosotros. Junto al dolor, el amor. El amor no preserva del mal sino que está junto al amado.