Tenía que pasar y ya está aquí. La división del feminismo en la conmemoración de su Día Internacional. Varias ciudades españolas tuvieron ayer dos y hasta tres manifestaciones separadas del 8M. Por suerte, la de Córdoba todavía ha sido única, abierta a todos los feminismos. En este momento en que escribo es martes por la mañana. Todavía no se ha celebrado la convocatoria del 8M en nuestra ciudad, así que es imposible saber si tendrá la misma repercusión de otros años. En Sevilla los sindicatos CCOO y UGT han salido por la mañana cada cual de un punto y se han unido en una marcha camino del Parlamento andaluz, y, por la tarde, estaban previstas dos manifestaciones: la del Movimiento Feminista de Sevilla bajo el lema ‘La lucha de las mujeres. Por un mundo feminista’ y la de la Asamblea Feminista de Sevilla con la consigna ‘Feminismo Inclusivo ¡siempre!’. Algo parecido en Jaén y Granada.

Ea. Ya está aquí. Mucho ha tardado visto el empeño de convertir el feminismo en una percha ideológica ligada solo a determinadas posiciones políticas en detrimento de lo que tiene de movimiento transversal e inclusivo. Hay debate. Es imposible conseguir una opinión única de todas las mujeres y de todos los hombres -pues a ellos los queremos y necesitamos feministas- en torno a asuntos como la abolición de la prostitución, la ley trans o los vientres de alquiler. Ninguna manifestación del 8M ha censurado hasta el momento pancartas discrepantes con respecto de un feminismo canónico u oficial que a estas alturas es inevitable reconocer que existe. Hay un consenso generalizado de las mujeres sobre la violencia machista, sobre la imperiosa necesidad de que la igualdad legal sea efectiva, la equiparación salarial, la conciliación y el reparto con los hombres de las tareas domésticas y cuidados, el rechazo a la tutela masculina sobre las decisiones femeninas y al acoso, la reivindicación de la libertad sexual... Hay puntos que son la clave y son universales. También hay mucho silencio sobre las mujeres sometidas en tantos países. Ahora nos olvidamos de Afganistan -y resulta deplorable, como ha señalado muchas veces la escritora Najat El Hashmi, que se considere el velo un asunto cultural en vez de un sometimiento obligado, por no hablar del burka, así que muchas de las que hoy dictan el feminismo tienen sus vergüenzas que tapar- y de decenas de países donde los derechos de la mujer simplemente no existen.

Hay mucho que trabajar. Mucho que avanzar hasta alcanzar la igualdad. Y resulta muy triste que la desunión reste fuerzas a un movimiento imprescindible.