Le gustaba. No era el trabajo de su vida, pero le gustaba. Al fin y al cabo siempre había querido dedicarse a algo relacionado con el deporte, así que el Decathlon no estaba mal para empezar, aunque sus padres se encargaran de recordarle un día sí y otro también que no debía conformarse, no vas a estar toda la vida con el peto ese, ¿no?, tú vales mucho, prepárate unas buenas oposiciones y te quitas de tantos turnos y tantas horas... Pero a él no se le hacían pesados los turnos. Trabajaba tanto, organizaba y reponía tanto, andaba tan deprisa por los pasillos, estaba tan pendiente de cada sección, orientaba a tanta gente con tanta amabilidad, que no le quedaba tiempo para plantearse nada. Por eso estaba tan bien considerado entre los responsables. Por eso fue uno de los seleccionados para encargarse de la formación del personal en prácticas. “Creo que te ha tocado una muchacha, básicamente se trata de que los primeros días mire para que en cuanto pueda se ponga a quitar faena de en medio”, le dijo Marín.

Y llegó Sandra. Increíble. Increíble pero cierta. Con la mala suerte que David tenía normalmente (o que creía tener normalmente), había descartado la posibilidad de que la chica de prácticas de cuya instrucción tenía que encargarse fuera como le gustaría, alguien que le hiciera olvidar a Raquel, la voz de Raquel, el cuerpo de Raquel, las fotos de Raquel, el resplandor de los mensajes de Raquel releídos en el oscuro páramo de la madrugada. Se equivocó. Por una vez tuvo suerte, mucha. A pesar de la mascarilla (o tal vez por la mascarilla) Sandra era increíble. Después del primer día con ella, justo al salir de la tienda, David mandó un audio al grupo de sus amigos: “Madre mía, illo, la chavala de prácticas, espectacular, señores, espectacular...”.

Y además de espectacular, simpática. Y además de espectacular y simpática, muy eficiente. Al principio él estaba un poco nervioso. No quería parecer prepotente. Tampoco quería parecer soso. Conectaron rápido, los ojos chispeantes sobre la FFP2 a la que estaban permanentemente obligados. Se gustaron bromeando frente a los lineales de la sección de senderismo, tonteando un poco mientras reponían prendas de aerobic que David imaginaba ciñendo los curvilíneos y sudorosos contornos del cuerpazo de Sandra. Así fueron sabiendo el uno del otro, tres años, nos llevamos tres años. Así se enteraron, con disimulada alegría, de que ambos acababan de dejarlo con sus respectivas parejas.

A los cuatro días ya quedaron. Y eso que David no las tenía todas consigo, porque en los descansos Sandra desaparecía rápido y se iba con su amiga, también en prácticas, para comerse el bocadillo. Pero quedaron. Quedaron en tomar algo después del turno del viernes. Estuvieron toda la tarde nerviosillos. Los dos sabían lo que iba a pasar, los dos sabían que iban a hacerlo, que iba a ser su primera vez. Y así fue. Lo hicieron en el aparcamiento, nada más salir, sin preámbulos: se quitaron las mascarillas y por primera vez se miraron las caras enteras con una mezcla de resquemor, curiosidad y alivio.

* Profesor