El mundo se derrumba y de pronto aparece el mosaico romano más antiguo de todo Reino Unido porque el amor y el arte, porque la cultura y la creación, siempre serán más fuertes que la muerte y el odio. Es una manera estupenda de empezar y es ponerme estupendo: pero lo pienso, porque quiero creerlo y porque la vida no ha dejado de demostrármelo una y otra vez, y también en mis horas más oscuras. Ahora escucho a un escritor amigo: Juan Cobos Wilkins. Y leo en su voz de nuevo el eco de sus versos en el título de uno de sus libros más recientes: El mundo se derrumba y tú escribes poemas. Eso es: porque qué otra escritura más hermosa que atravesar de nuevo el puente de Londres, de ese viejo Londinium que fue la capital de aquel gobierno imperial en Britania, y llegar a un solar donde se ha descubierto un mosaico romano de más de doce metros cuadrados, del siglo II, cuando la bruma verde de los druidas no había dispersado sus cenizas entre cantos artúricos. «Hallazgos como este ocurren solo una vez en la vida», ha dicho Antonietta Lerz, del Museo de Arqueología de Londres. «Cuando los primeros colores del mosaico aparecieron al remover la tierra, todos los que estábamos en la excavación saltamos de excitación». Vivir es reservarse esa excitación, el estallido que nos hace grandes a partir de un destello. Estamos ante el suelo de un triclinio, un comedor que podía ser una residencia para los oficiales fuera de la muralla, al sur del Támesis. Pero también en Córdoba, después de aquel león íbero que emergió de la tierra hace apenas un año, ha aparecido un mosaico en Adamuz. Tras el movimiento de tierras en un olivar, quedaba al descubierto un mosaico romano en el que también puede distinguirse lo que parece ser un olivo, con sus ramas saliendo de su cueva de tiempo. Entre guerras mundiales, entre guerras civiles, entre imperios y reyes, los mosaicos romanos de Adamuz y Londres vuelven para salvarnos en sus tumbas de tierra, con su arcilla de luz.