La manifestación de Madrid en protesta por los muchos problemas que sufre hoy el mundo rural, me retrotrae, hace más de veinte años, a la impresionante convocatoria de olivareros que se iniciaba ante el Ministerio de Agricultura y discurría a lo largo de toda la Castellana madrileña. Franz Fischler, comisario de Agricultura de la UE estaba empeñado en disminuir las subvenciones al olivar español.

Pero la ministra de Agricultura, Loyola del Palacio, supo convencerle «in situ». Lo invitó a Córdoba para que se asomase a nuestros olivares tan bien labrados y Fischler se convenció. Logramos una PAC adecuada que ahora está en peligro. Entonces como ahora el mundo rural dio la cara. Si indagamos en nuestros lejanos antepasados surge la frase, «más del campo que un olivo». El mundo rural no tenía agua corriente ni luz eléctrica y en lugar de carreteras había caminos. Por fortuna, yo me asome a nuestros orígenes cuando en la provincia de Córdoba ya se habían superado, en parte, aquellas condiciones. En 1949 sufrí una pleuritis al finalizar el quinto curso del Bachillerato. Estuve recuperándome en una pedanía jiennense donde una tía mía ejercía de maestra. Allí ya conocí entonces la educación mixta, niñas y niños. Leí libros y periódicos a la luz de un candil. Comí hogazas recién horneadas en un horno familiar. El pastor analfabeto comía del mismo puchero que el alcalde pedáneo Y, sobre todo, tuve conciencia de la solidaridad -no de pancarta sino de verdad- de aquel mundo rural cuyo único trabajo estaba en el campo. Se olvida en los ambientes políticos capitalinos de dónde venimos.

*Periodista