He podido leer que un pensionista ha abierto en ‘Change.org’ una recogida de firmas en apoyo de una campaña dirigida a los bancos: «No soy idiota, soy mayor» y que ya lleva recaudadas 140.000 firmas de apoyo.

Admiro la rebeldía de este hombre que con su edad, -o precisamente por ella-, se atreve a hacer lo que muchos no nos atrevemos: plantar cara a los bancos. La mayoría de los españoles nos limitamos a aplaudir la valentía del emérito ciudadano pero desde el anonimato.

En el caso de la inexcusable actitud de las entidades bancarias para sus clientes en general y para los de edad avanzada en particular, puedo contar cómo a una Sra. octogenaria ayudada por un taca-taca y una cuidadora, tras salvar los escasos metros que separaban el portal de su casa hasta el que ella consideraba «su banco», al comunicar a la empleada que iba a pagar un recibo, se le informaba muy amablemente que los días de pago eran lunes y miércoles de 10 h a 11,30 horas y que era martes y las 9,30 horas, que volviese mañana en el horario indicado. Ante la súplica de la Sra. y la insistencia de la empleada de banca en no poder hacer excepciones, juro que tuve que contenerme para no dar un espectáculo y terminar en comisaría llamando a algún colega para que me asistiese en calidad de detenida.

O cada vez que encuentro una persona de edad avanzada, -o no tan mayor, pero ajena a la tecnología digital-, peleándose con cualquier cajero automático al que se le ha remitido porque en mesa no se puede hacer esa operación. Es de vergüenza el desamparo de esas personas y que tengan que superar casi un examen de habilidades informáticas o confiar en otra persona que está esperando y dejar que esta, en el mejor de los casos, le ayude.

Los bancos han adquirido esa «prepotencia» porque todo dinero que tenemos que percibir proveniente de prestaciones ha de pasar por sus manos, -pese a no constarme que exista ley que obligue a ello-, pero lo que no podemos ni debemos consentir es que esas pensiones, en muchos casos de cuantía irrisoria para pasar un mes decentemente y sin pasar penurias, se vean mermadas por unas comisiones de mantenimiento de 20 o 30 euros, cuando los que están manteniendo al banco son precisamente esos clientes «analógicos», que les sobra toda inteligencia artificial porque van sobrados de inteligencia natural; que llevan toda su vida ingresando sus ahorros en él y que debieran tener un departamento a su completa disposición para atenderles y, ¡por qué no, para darles las gracias por seguir confiando en su banco!

*Abogada laboralista