Cae el telón de 2021. Estamos en la semana de cierres y balances, de cuentas de resultados. A todos los niveles, políticos, económicos, empresariales, sociales y también personales. Desde el acontecimiento del año, hasta la palabra «vacuna» elegida para el mismo. Repasamos también el inventario de nuestras vivencias, confeccionamos la crónica de nuestras ilusiones y fracasos, la suma de nuestros esfuerzos y el saldo final de tantas experiencias.

Les confieso que desde hace muchos años conservo un cuaderno que solo utilizo estos días, y donde solamente escribo, como hoja de ruta, dos páginas al año. Una, con la evaluación del camino transitado que considero en cuatro claves: la personal, la familiar, la profesional y la social. Saber si hemos crecido como seres humanos, alimentado nuestro espíritu y conocimiento, cuidado nuestro cuerpo, potenciado nuestros talentos, adquirido habilidades, neutralizado nuestros defectos. Valorar igualmente lo que hemos realizado o no para el bien de nuestra familia, de nuestro trabajo o de la sociedad en que vivimos. Todo ello, a la luz de lo que proyectamos doce meses atrás en esos cuatro ámbitos, viendo su grado de cumplimiento sin hacernos trampas, analizando los obstáculos que tuvimos en el camino y las nuevas metas que fueron surgiendo. Es cierto que no elegimos las cartas, pero sí cómo jugarlas. Mi calificación suele ser severa, aunque tampoco tiene sentido autoflagelarse. Al final, la gratitud por llegar aquí, hacerlo acompañado después de todo lo acontecido, sabiendo lo mucho que hemos recibido de tantas personas y circunstancias, supera todos los avatares e imprevistos del camino.

La otra página anual de ese cuaderno es la de los deseos para el año nuevo. Merece la pena dar una pensada para centrarnos hacía dónde queremos dirigir nuestros esfuerzos en esas mismas claves personal, familiar, profesional y social. Cómo nos gustaría que fueran esas cuatro realidades que viven interconectadas, qué metas nos seducen y qué rutas y etapas estamos dispuestos a cubrir para alcanzarlas. Sabiendo mirar el conjunto de nuestras posibilidades, capacidades y contextos, para que sean metas alcanzables que estimulen y no nos aplasten y frustren.

En la vida es fundamental tener objetivos que nos ilusionen, metas que nos motiven, ideales que marquen el norte de nuestra brújula vital. Uno de los signos más generalizado de nuestros días consiste en vivir sin darse cuenta, caminar como «pollos sin cabeza», que diría Víctor Küppers, avanzando frenéticamente sin saber a dónde ni para qué. Como escribe González Sainz en ‘La Vida Pequeña’, trabajamos y morimos sin darnos cuenta. Sin tiempo de reflexión transcurre un instante tras otro de nuestra vida sin caer en la cuenta de que cada uno de ellos es toda la vida mientras es y transcurre. En las sociedades modernas, por falta de tiempo y de reflexión, añade Albert Camus, uno se ve obligado a amar y vivir sin percatarse. Y siempre, y al menos en estos días, creo que es bueno caer en la cuenta y comprender lo que somos, apreciar lo que valemos y cuidar lo que tenemos. Diseñando, además, cómo queremos mejorar y transformar esa realidad desde una coherencia de vida entre lo que sentimos, pensamos, decimos y hacemos.

Desde ese balcón de los deseos en que convertimos este día de Nochevieja, que terminaremos brindando por el año nuevo, olvidemos a los sempiternos tribunos del odio, y alcemos nuestra copa por este tiempo que se nos regala, para que lo llenemos con trazos de esperanza y de ilusión, de vida plena. Conscientes de que, como diría el poeta, no hay caminos maravillosos sino caminantes maravillados.