Nos guste o no. Queramos o no. La vida sigue. Con pena y sin ella. La pandemia ha llegado para quedarse y debemos empezar a interiorizarlo. Y a adaptarnos. Quizá este suponga el reto más importante de los próximos años. Resetearnos a nivel individual y colectivo para hacer frente a la nueva normalidad que ha traído consigo el coronavirus. Primero llegó el virus con mayúsculas. Solo el nombre valía para amedrentarnos. Luego aparecieron los apellidos. Las variantes. Que si tal es más virulenta, que si cual más contagiosa. Ómicron se ha convertido en la reina de todas ellas. Infecta todo a su paso. Cuántas veces habrán comentado estos últimos días que tienen a su alrededor más contagiados que nunca. Y, con las cifras en la mano, tienen razón. 

La cuestión ahora es qué hacemos. ¿Volvemos a las restricciones de mediados de 2020? ¿Paralizamos la economía? ¿Nos recluimos en casa? Dejamos de vivir indefinidamente? Con la mayor parte de la población vacunada, sabiendo que contagiarnos es más que posible, probable, ¿adoptamos la misma actitud? ¿Damos las mismas respuestas a preguntas distintas?

En nada cumpliremos dos años con el coronavirus entre nosotros. Aquellos que pensaban que sería algo transitorio ya se habrán dado cuenta de su equivocación. Por eso toca asimilar esta nueva realidad y tomar medidas. No las de cerrar a cal y canto el país sino las que conllevan modificar nuestro sistema para poder garantizar la vida. La vida. 

La sanidad pública tendría que constituir una obsesión en este momento. Para todos. Dirigentes y ciudadanos. Ya no se trata de destinar partidas extraordinarias a una pandemia excepcional sino de cambiar sustancialmente el modelo. El covid no ha desaparecido ni desaparecerá, pero tampoco el cáncer, los infartos o las enfermedades raras. Durante este tiempo hemos desplazado el foco de atención por la emergencia mundial pero resulta imprescindible volver a reencuadrar las necesidades generales. Los investigadores requieren dinero para seguir encontrando soluciones y vacunas, los hospitales para atender las patologías, todas, y la Atención Primaria para prestar los nuevos servicios que se le imponen. 

Podemos cerrar los ojos y seguir pensando que esto pasará. O podemos abrir la mente, meternos en harina y afrontar con valentía que el mundo ha cambiado. Eso no significa que nos lancemos cual cabra al monte e ignoremos las mínimas medidas sanitarias que requiere esta pandemia, como la mascarilla y la distancia social. Sino que espabilemos y seamos conscientes de que no podemos hacer frente a una nueva era con los mismos elementos que hace 30 años. ¡Reaccionemos!

*Periodista