¡Vaya tela! Tengo a mis nietas con depresión. El otro día fueron a disfrutar de sus juguetes y resulta que estaban de huelga (no mis nietas, claro, sino los juguetes), o más bien de huelguita, porque para eso eran juguetes infantiles, según indicaban las pancartas y octavillas con las que habían ensuciado la habitación. ¡Me pareció inusitado! Por mí me hubiera partido de la risa, recordando mi niñez y a los que salimos de ella a base de pedradas, flechazos, muñecas, tiros, espadas, en aquellas interminables guerras de los botones, para meternos a intelectuales, profesores, médicos, abogados, escritores, cantautores, cineastas..., es decir, políticos, y montar la juguetería que ahora tenemos, que esto sí que es jugar y no lo de mis nietas; jugar a tener un coche con muchos botoncitos, a tocarnos las narices unos a otros, a montar en España diecisiete tiendas de juguetes y que el responsable juegue con todas al pinocho, a viajero espacial en su falcon, a muñeco y las muñecas, al bello durmiente, al blanco nieves y sus tantos enanitos y enanitas, al guerrero de la mascarilla, a los médicos y las enfermeras, y sin que le cueste un duro, costeado por la panda de pringados que nos tiene como dependientes de esta juguetería en la que han convertido la política y sus chuflas mercachifles.

Ni en los tiempos más oscuros pude imaginar eso de que unos juguetes se pusieran de huelga, y mira que hubo huelgas hasta de brazos caídos. En el cuarto de mis nietas, Pinocho está en huelga de nariz caída: había sido nombrado presidente de los juguetes, y ya no podía echar más mentiras; los siete enanitos, en huelga de virus; los indios de la pradera, que estaban hartos de hacer el indio con las mascarillas, y Toro Sentado, cada vez más sentado; los dinosaurios, nada de violencia en comer carne; la Pepona, que estaba harta de que las niñas jueguen con ella, antibelicista y todos los antis y pantis. Los Guerreros de las Galaxias reivindicaban más mascarillas para sus viajes espaciales. A mis nietas... ¿qué les podía explicar? Nos encogimos de hombros y decidimos por aclamación que íbamos a ponernos en huelga de oír tonterías; es decir, en una huelguita, pues de tanto aguantar tanto tonto, tanta tonta, tante tonte, nos están convirtiendo nuestra vida en una tonteriita.

*Escritor