Tenía reservada mi última columna de 2021 para doña Emilia Pardo Bazán en el año en el que se conmemora su centenario. Carlista y transgresora, demostró estar más allá de los límites de lo políticamente correcto y logró hacerse un lugar en medio de un mundo de hombres que la veían como una amenaza. Y es que doña Emilia jamás se mordió la lengua y pronto renunció a su posición privilegiada -procedía de una familia adinerada noble, hija del conde de Pardo-Bazán- para valerse únicamente del dinero generado por sus escritos, emancipándose de su progenitor a los 16 años a través del matrimonio. Nadie de la época se preocupó tanto por las mujeres como ella, que no cesó de reivindicar que el verdadero cambio en España no se produciría hasta que las mujeres recibieran la instrucción adecuada.

Es muy conocida por ser una de las máximas representantes del naturalismo «a la española», aunque su legado más preciado es la impresionante colección de artículos publicados en prensa, en los que doña Emilia criticó sin cortapisas la situación de la España de entonces y el trato recibido -fruto de la envidia- por sus compañeros literatos. Eso le valió la enemistad de muchos y ser objeto de múltiples caricaturas, que exacerbaban sus rasgos y su gusto por los peinados y tocados singulares.

Este verano quise visitar su casa, que hoy es la sede de la Academia de las Letras Gallegas, para impregnarme de toda su esencia. Me quedé atónita admirando cada detalle de su despacho. Y después regresé a Madrid para disfrutar de la completa exposición que la Biblioteca Nacional había preparado sobre ella, porque para conocer a una escritora hay que saber de sus raíces y de la ciudad que eligió hacer suya y ambas decidimos que Madrid sería nuestro París de las letras.

Allí pude deleitarme con todos los retratos de mujeres artistas que tenía presentes en su estudio, muchas desconocidas en la actualidad, y ahondar en el pellizquito que siempre tuvo: que no la dejaran entrar en la Academia de Las Letras. Galdós no dejó de preguntarse que a qué el interés de una mujer en pertenecer a ella y doña Emilia se pasó media vida denunciando esta situación, porque este fue el mayor pesar que arrastró consigo, que le impidieran, como a otras tantas mujeres, su entrada a las instituciones culturales. De hecho, fue la primera mujer admitida en el Ateneo de Madrid como socia.

Su legado y su biografía son todo un ejemplo de lucha feminista. Tan solo puedo decir: a sus pies, doña Emilia.

*Escritora