Tres grandes personajes empapan el tiempo de Adviento, en la liturgia de la Iglesia: El profeta Isaías, Juan el Bautista y la Virgen María. Hoy, domingo, aparece Juan, la voz que clama en el desierto, a orillas del rio Jordán, sometido a las preguntas de la gente más sencilla: «Entonces, ¿qué hacemos?». Es la gran interrogante que brota siempre en nuestros labios, sobre todo, en los momentos de mayor angustia o de grandes problemas y dificultades. Hace poco, el escritor Juan Manuel de Prada afirmaba que «vivimos en la peor tiranía de la historia, porque los mecanismos que el poder tiene para igualar las mentes y someterlas son más sofisticados y más perfectos que en ninguna otra época de la historia. Y es una tiranía gustosa: sus sometidos son sometidos voluntariamente». Parece increíble, pero a la vista están los resultados. Nos estamos asomando al abismo de una manera increíble. Quizás, por eso, la urgente actualidad de la pregunta: «¿Qué tenemos que hacer en esta hora?». El Bautista conoce a sus oyentes y les ofrece respuestas muy concretas: «El que tenga más, que comparta con quien tiene menos; el que administra los bienes públicos, que actúe con justicia; el que custodia la seguridad del pueblo, que no haga extorsión ni caiga en la codicia». Brilla en cada frase el esplendor del bien común para construir una sociedad armónica. En la época actual, tenemos nuevos frentes y nuevos retos. Por ejemplo, el documento interno de la UE, pidiendo a sus funcionarios que para utilizar un «lenguaje no discriminatorio», no pusieran la tradicional frase «Feliz Navidad», sino «Felices fiestas» . El papa Francisco ha comentado que esta iniciativa es un caso de «laicismo aguado anacrónico, pues ya intentaron lo mismo dictaduras como Napoleón, los nazis, los comunistas, y no lo consiguieron». Por eso, el Papa ha propuesto a la UE que retome «los ideales de unidad y de grandeza de sus padres fundadores», y que tenga cuidado para no convertirse en «canal de colonizaciones ideológicas que dividen a los países y pueden hacer que fracase la misma UE». Francisco ha subrayado tambien que «la UE debe respetar la variedad de cada país. No debe uniformarlos. No creo que sea su intención, pero deben estar atentos, porque, a veces, lanzan proyectos como este». También en España, uno de los hechos más sorprendentes de nuestra sociedad actual es la desaparición de la palabra «Dios» del espacio público, como si un vendaval la hubiera arrojado fuera de las conciencias y del vocabulario, sin razón aparente para tal marginación, silenciamiento o rechazo. ¿Qué responder cuando se propone olvidar o silenciar durante un tiempo la palabra «Dios», para limpiarla, dicen, de la suciedad, sangre y crímenes que han ido unidos a ella a lo largo de los siglos? El pensador judío Martín Buber, uno de los exponentes máximos del personalismo y del pensamiento dialógico, respondió a esta pregunta narrando la respuesta que dio a unos jóvenes universitarios, quienes le increparon en estos términos: «¿Cómo se atreve usted a decir una y otra vez Dios?». Él respondió: «Si dije esta palabra es porque, de entre todas las palabras humanas, es la que soporta una carga más pesada. Ninguna ha sido tan manoseada ni tan quebrantada. Las distintas generaciones humanas han depositado sobre ella todo el peso de sus vidas angustiadas hasta aplastarla contra el suelo, llena de polvo. ¿Dónde podría yo encontrar una palabra mejor para describir lo más alto?». Y el gran teólogo K. Rahner, en una clásica «Meditación sobre la Palabra de Dios», afirma que «el día en que esta palabra fuera acallada y desapareciera de nuestro vocabulario, ese sería el día de la real muerte del hombre». San Agustín escribe en el inicio de sus ‘Confesiones’: «¡Ay de los que callan sobre Ti!, porque no son más que mudos charlatanes!». La pregunta al Bautista es rabiosamente actual: «¿Qué tenemos que hacer en esta hora?». Desde la orilla de la fe, primero, ni callarnos ni que nos callen; segundo, gritar con nuestras vidas los valores del reino de Dios; tercero, «la gran tragedia de la vida no es la muerte; la gran tragedia de la vida es lo que dejamos morir en nuestro interior mientras estamos vivos».