Hoy es uno de esos días que se suelta la lengua y no hay forma de pararla, pero claro, tiene que haber un motivo que ya no se pueda controlar, y en esta ocasión mi lengua es un tren sin paradas y que se dirige en busca del señor concejal de Urbanismo de nuestra querida ciudad, al cual solicité respuesta por escrito hace más de un año sin haber recibido contestación. Vamos a ver, señor concejal: en los años 80, mi marido, fallecido hace treinta años, amante diez del campo, compró en San Cristóbal una pequeña nave destinada por su propietario a comida de animales y aperos de labranza. En acomodarla haciendo habitaciones y cambiar la agujereada uralita por donde entraba agua, ratones, etcétera nos gastamos nuestros pocos ahorros. Sin luz, sin agua, sin saneamientos, sin más camino que socavones por los que es imposible transitar, de vez en cuando nos desplazamos a regar árboles de un gran pozo, eso sí tiene. En aquellos años se pagaba una insignificancia en concepto de contribución rural, pero llegaron ustedes y dijeron: hay que sacar dinero. Y me consideraron como vivienda urbana aquella imposible habitabilidad: contribución urbana y basura. Lo de basura, ya la pago por estar empadronada en Córdoba y no debería pagarla dos veces, pero aparte, ¿sabe dónde están los contenedores? Aproximadamente a kilómetro y medio por ese escabroso camino. Y mi pregunta es esta: ¿qué recibo yo del Ayuntamiento? Soy consciente de que hay que pagar impuestos porque son muchos los servicios comunes, pero si no hay servicios, ¿a dónde van mis impuestos? Termino, señor concejal, con una frase que no es mía: En política la sensatez consiste en no responder a las preguntas. La habilidad en no dejar que las hagan.

** Maestra y escritora