Hace ya algo más de un año el papa Francisco nos brindaba un documento que pretendía hacernos reflexionar sobre ámbitos de la sociedad de los que la Iglesia no quería quedar al margen. Publicaba una carta encíclica en la que hablaba al mundo alto y claro; una encíclica de carácter social siguiendo el espíritu de ‘Laudato si’ (2015), dedicada esta al cuidado de la Creación. Pero cuando no se tiene miedo a mojarse, y se dicen las cosas claras, pasa lo que pasa: llueven críticas a diestro y siniestro. El Papa había osado entrar en el jardín de la política y de lo social y, como era de esperar, se iba a lanzar a por él el reducto ultra de una iglesia, la política y los medios de comunicación, que disfrutan moviendo con fuerza la silla del sucesor de Pedro.

Los objetivos de la encíclica son muy claros: luchar contra un sistema político y social que atenta contra la vida del planeta, y que vive de la especulación financiera; proponer algo distinto ante una cultura del individualismo y el consumismo; luchar contra el descarte de personas, los salarios injustos o el racismo; reivindicar el valor del pueblo, de lo autóctono, de lo sencillo; y prevenir contra los populismos insanos que buscan anular a la persona en beneficio de solo unos pocos. Se entiende ahora por qué se le ha tildado desde el primer minuto de su publicación de papa masón, comunista o globalista.

No olvidemos que este documento aparece en plena pandemia como una llamada profética, con su ya clásico lenguaje asequible a todos y de un sabor evangélico profundo. De hecho, uno de los ejes vertebradores del texto es la parábola del buen samaritano, procedente del evangelio de Lucas, que inaugura el segundo capítulo de la encíclica. Esta parábola nos hace recordar la expresión del Papa «Iglesia en salida», que tanto usa en sus escritos, y nos llama a estar dispuestos a salir al encuentro del necesitado, del prójimo; de hecho, Francisco siempre ha abogado por una iglesia «samaritana».

‘Fratelli tutti’, hermanos todos -expresión tomada de san Francisco de Asís-, es una encíclica sobre la fraternidad y la amistad social, como así la subtitula el Papa. En ella Francisco llama al fomento de una cultura del encuentro frente a una cultura del descarte, que acabe con las situaciones de marginación, la violencia y la creación de muros. Quiere luchar contra el individualismo que conduce al hiperconsumismo, para el que todo es objeto de venta o consumo. Y, finalmente, previene contra el poder hipnótico de los medios de comunicación -la realidad paralela de las redes sociales-, que nos embaucan y manipulan, y nos dicen qué consumir: véase la cultura de los influencers, los nuevos gurús y profetas de nuestro tiempo.

El Papa quiere dirigirse a todo el mundo, pero especialmente a los poderosos, a aquellos que deben y pueden cambiar las vidas de la gente; los que tienen capacidad de decisión y detentan el poder. Verbos como acoger, proteger, promover y actuar deben marcar las actuaciones de la persona, en especial cuando se trata de atender al prójimo caído. Para ello, con la idea de removernos las entrañas, Francisco se refiere a los más débiles utilizando la expresión «los que están a un costado de la vida», una metáfora profunda que debe hacer reflexionar a todo el mundo..., porque esto no va de religiones, trata de la vida.

*Profesor de Religión de la ESO. Colegio Trinitarios