¿Quién no ha hecho de poeta al menos una vez en su vida? Gloria me confesó, mientras me cargaba la tarjeta del bono-bús, que lo había sido con sus primeros amores, aquellos tiempos de la adolescencia cuando empezaba la atracción sexual, el enamoramiento, los celos, el miedo y las desilusiones. Y todas las noches, antes de dormir, teníamos que escribir esos sueños despiertos que iban arañando nuestro corazón. En el colegio mayor de Madrid un letrado compañero de las Asturias leyó todas mis poesías de jovenzuelo con granos e hizo una exposición y un recital con ellas. Pero abandoné la lírica porque no tenía ganas de vivir en sufrimiento continuo para estar inspirado. Con la escritura en prensa no dolía el corazón e incluso daba pie a la ironía, que es más divertida. Y en eso andamos, aunque nos fijemos todavía en los versos de mil criaturas, donde hay de todo, como en ese “Perfume de naranjos, a la hora de la oración” de Rafael Antúnez, que ha tenido la suerte de que despida su fragancia en la mismísima fachada del Palacio de Orive, sede de la concejalía de Cultura. Cerca de versos de Cosmopeques como “Y dijo el ratón a la Luna…” en el mismo momento en que un gato se subía a una naranjo en la huerta de Orive –donde había gente cantando y nosotros fuimos en busca de la poesía- para librarse del perro que lo perseguía. Las hojas secas, el pilón de la noria, la alberca y la imaginación le dan a esta sala capitular de mil quinientos y pico, donde se celebra una gran parte de Cosmopoética, una entidad tan singular como los ladrillos de esos tres muros que juegan con la oscuridad y la luz y muestran en esta huerta  el misterio de la historia, que va desde los romanos al encierro en las profundidades de palacio de Blanca, la hija de corregidor. Claro que antes no había ni móviles ni perros y a la gente le quedaba tiempo para inspirarse y escribir o leer poesía. Ahora las personas van hablando solas por la calle atadas a un aparato que nos ha cambiado, y ya nadie juega con su imaginación entregados como estamos al móvil. Hasta los autobuses son un silencio de pantallas, que se altera cuando se utiliza el aparato como teléfono donde las personas exponen a voz en grito su simpleza mental. Otro sitio de inspiración poética o de retorno a la lírica bella es el entorno del Guadalquivir donde nos saluda con su sombrero el hombre de Cosmopoética y Jonás, el banco pez, una escultura de Luis Celorio que sirve para contemplar la Mezquita y reflexionar sobre el Antiguo Testamento, El Corán y La Torá, los libros de las tres religiones monoteístas. Algo más allá, en la zona de influencia del Guadalquivir, fui a contemplar poesía en el C3A porque el artista de Países Bajos, herman de vries (que escribe su nombre en minúscula por ser opuesto a cualquier jerarquía) mostraba su arte en 250 kilos de flores de lavanda. Una belleza en lenguaje poético donde se mezcla la ciencia, el arte, la filosofía y la naturaleza. La noche también es pura poesía a la salida de la huerta de Orive, donde crecen los versos, y por la calle Portillo, en cuyo número 6 Luis Celorio ha abierto La Casa del Agua, un espacio de noctámbulos de los ochenta donde veníamos a echar un cubata después de trabajar.  Al lado está la Casa Góngora, renacida en este casco histórico que antes era un puro desconchón y ahora despierta en forma de alojamiento turístico. Como estamos despertando de alguna manera con Cosmopoética nosotros,  los viejos que un día fuimos jóvenes cuando  escribíamos versos que arañaban nuestro corazón. Como supongo que le ocurrió en su momento a Antonio Agredano, director de Cosmopoética, y a Juanjo Fernández Palomo, cuya concepción de la libre belleza le hace presentar estos días su primer “Libro”, que es “de visitas”. ¿Quién no ha sido poeta al menos una vez?