Que es lo mismo que decir, si empezamos con las onomatopeyas, la mala baba. Por supuesto, no me refiero a esa desgracia que asola nuestra isla de La Palma. Me refiero, por supuesto, a esta otra lava que nos arrasa desde allá por la Transición. ¡Cómo pasa el tiempo!, por supuesto. He comprobado los efectos de esta mala lava cuando hace unos días viajé a mi pueblo, después de no sé cuántos años, por supuesto; tantos años que se me ha ido la cuenta, por supuesto. Mi pueblo fue, por supuesto, Cabra. Tuve que volver y tuve que encontrarme con el desastre de esta lava que eclosionó, por supuesto, en cuanto se asentó el nuevo régimen; esta lava que ha ido aplastando, arrasando, enterrando en una inmensa lápida tantos pueblos y ciudades de lo que fue España durante tantos siglos. Nos la legaron nuestros antepasados, y nosotros, los que íbamos a inventar la pólvora, bien que la recibimos para enterrarla. Lo siento: mi pueblo ha desaparecido, sustituido por una cosa anodina, machacada a base de calles sin su diseño original, por las que vivieron nuestros antepasados, por donde creía yo que aún vivía mi niñez. Aquellas huertas y hontanares, aquellos paisajes, aplastados, convertidos en un desolado féretro y enterrados en un inmenso ataúd, y para siempre, porque lo destruido ya ha sido borrado, no se puede recuperar. El mismo sufrimiento llevaba yo padeciendo con nuestra Córdoba. Pasé por lo que había sido mi pueblo, las horas que padecí en él, con los ojos cerrados, sin querer mirar. Hasta me los tapé cuando llegaba a algunas calles y ante algunas casas. ¡Y su río, intubado! Bien, bien que está vez sí que se cumplió aquella promesa política, aquel vaticinio de aquel señor cuando aseguró tajantemente que a España no iba a conocerla ni la madre que la dio a luz (él, por supuesto, dijo «que la parió»). Y, efectivamente, la madre de España vino a su hija, y por supuesto, no la encontró por ningún sitio, por más que la llamaba, la buscaba, la lloraba. Y por más que preguntó por ella, solo recibió un solar de cemento, estiércol, hormigón, asfalto, playas asesinadas, ríos contaminados, bosques calcinados, pueblos borrados. Sí, bien que está vez sí se cumplió lo prometido. Y como don Rodrigo: «Ayer era rey de España, hoy no lo soy de una villa», por supuesto.

** Escritor