Opinión | el cuerpo en guerra

Las facturas de la promoción

Exhausta. Estoy exhausta. Me duele cada parte de mi cuerpo –por muy pequeña que sea y resulte invisible aparentemente–. Llevo 4 actos de promoción en 3 ciudades distintas en 10 días con ‘Rojo-Dolor. Antología de Mujeres poetas en torno al dolor’ (Renacimiento, 2021) -y, entre medias, la presentación-recital de una antología en la que he participado- y tengo dolor 9, cansancio extremo, principio de faringitis y ante mí una semana (al menos) en la cama de recuperación. Antes del cuarto acto, ya llevaba dos días quedándome dormida en cualquier circunstancia a todas horas, estuviera de pie o sentada, sin abandonar mi manta eléctrica. Que conste que he agradecido todos y cada uno de ellos, que han sido necesarios y un gran halo de luz que me ha aportado algo especial, pero debe conocerse cómo es la promoción de un libro sobre el dolor para una persona que vive con dolor diario.

Un sobrexceso de actividad para una paciente con dolor -en las circunstancias que sea, incluido un viaje de vacaciones- siempre pasa factura. Lo llamamos las facturas del dolor, el peso físico del después que pagan nuestros cuerpos por sentirse un poco normales y que nuestra resistencia merece la pena porque aún hay vida fuera y es maravillosa. Acostumbradas a pasar la mayor parte del día solas con nosotras mismas y en reposo, realizar actos públicos, sociabilizar durante horas (y de pie) y viajar tienen un alto coste físico, que llegará después, pero que nos devuelven lo que nos es negado a diario. Y hablar sobre el dolor un día y otro durante horas, aguantando las oleadas de éste dentro, con una sonrisa en la boca pesa y desgasta mentalmente y distrae de lo bueno de ese tipo de encuentros: estar al aire libre, relacionarse con otras compañeras, el calor de tu editora, el intercambio con las lectoras, vestir un vestido cuando vives en pijama... Y minan, poco a poco, el valor de la experiencia.

Yo he elegido esta lucha, hacer esta antología y promocionarla y no borraría nada de lo que conlleva por estar menos cansada. Por suerte, siempre he contado con amigas-dique en las que sostenerme, que me han hecho sentir a salvo, por si la adrenalina no daba de sí el tiempo necesario. Y nada iguala un «gracias por tu libro, por hacerme sentir menos sola, que no soy la única». Tampoco abrir la puerta de un taxi tras tres semanas en la cama y, ¡zas!, estar en la Alhambra y correr como una niña pequeña -aunque estés muerta de dolor- por no poder creerlo. O el abrazo de una sorpresa al calor de un rayo de sol en Sevilla. Nada. Pero hay que contarlo.

*Escritora y periodista