No es normal que los cargos públicos manifiesten públicamente sus emociones. Y menos aún, que confiesen un llanto incontenido, «sostenible» que diríamos hoy. Fue hace un par de días, cuando con motivo de su intervención en el Foro sobre la Base Logística del Ejército de Tierra, el alcalde de la ciudad José María Bellido manifestó una confidencia personal: «si hay un día que no se va a olvidar en mi paso por la alcaldía fue cuando recibí la llamada de la secretaria de Estado de Defensa, todavía me emociono, en la que me decía ‘esto va para Córdoba’, ese día es inolvidable», porque «tras un rato de celebración con los compañeros, tengo que confesarles que lloré durante un rato, de alegría y de emoción».

Sí, hemos llorado tantas veces como ciudadanos en esta ciudad nuestra. Lo hemos hecho de dolor, cuando se han marchado para siempre alguno de nuestros hijos ilustres. Uno de esos vecinos cercanos de quien aprendimos sus versos y sensibilidad como Pablo García Baena, o su pasión desbordada como Fray Ricardo de Córdoba, o su honestidad infranqueable como la de don Julio Anguita, o la música y bonhomía del maestro Luis Bedmar, entre tantos otros. Hemos llorado de ira y frustración lágrimas que abrían grietas, cuando asesinaron a nuestras dos Policías Locales Maria Angeles y Soledad aquélla mañana negra de diciembre, al sargento Miguel Angel Ayllón en aquél atentado de Carlos III, o en las horas tensas y dramáticas del asesinato cruel de Miguel Angel Blanco. Parece que fuera ayer, cuando levantamos las voces rotas y las manos blancas en aquélla manifestación de las Tendillas con los ojos arrasados. O con la muerte de tantas mujeres inocentes embestidas por el odio ciego de sus parejas.

Hemos llorado emocionados por la acogida generosa de tantos cordobeses solidarios, por las historias hermosas de lucha y superación que encontraron calor y albergue al pairo de tantos paisanos; por la entrega sin límites de tantos servidores públicos en los momentos más oscuros de nuestra pandemia. Hemos llorado la impotencia de tantos proyectos errados que nos han ido alejando y postergando al abandono, víctimas de circunstancias inconfesables, de manipuladores cínicos ó zancadillas cobardes: un aeropuerto inacabado, un palacio de congresos sin terminar, un Rabanales XXI sin recorrido, proyectos sin financiar, y tantos otros anuncios de iniciativas «vitales» que se desvanecieron para siempre, cuya suma llevaron a la emigración a tantos jóvenes sin futuro y nos lastraron a los vagones de cola de todas las estadísticas oficiales.

A veces, como diría Ovidio, las lágrimas pesan tanto como las palabras. Comprendemos la emoción de culminar el esfuerzo «firme, decidido, continuado, sin dejar atrás a nadie» decía el alcalde. Esa emoción de sentirse recompensado por el trabajo intenso y extenso, protagonista de realidades que forjarán nuestro futuro y serán palanca para mejorar nuestra existencia, de saberse parte de un mañana que nos recordará por esas cosas buenas que construimos entre todos. En este caso, desde la unidad y el consenso de todas las Administraciones, agentes sociales y económicos, partidos políticos, universidades y movimiento ciudadano, como si todos fueran uno. Lágrimas cómplices de felicidad, de nobleza y empatía que nos reconfortan, de darle sentido a tantos momentos duros y sacrificados que jalonan cada día. Lágrimas sinceras que curan y nacen del corazón. No, no queremos de las otras sino de estas. Necesitamos mucho, alcalde José María, de esos llantos de alegría, de esas lágrimas de esperanza.

*Abogado y mediador