Hablar de tabernas es hablar de Córdoba, de sus más genuinas esencias, de su forma de ser y de estar. Y eso es lo que ha hecho de nuevo –lleva toda la vida defendiéndolas de impurezas- Manuel María López Alejandre, un sevillano con alma de esta tierra que, hijo y nieto de bodegueros, hace medio siglo que convirtió en cruzada personal la promoción de los vinos de Montilla-Moriles y, con ellos, la del mejor lugar para saborearlos con calma, lejos del mundanal ruido, ese templo del sabor y el saber donde el tiempo parece detenido. Lo ha venido haciendo por todos los medios, a través de libros, artículos de prensa, conferencias, programas de radio... Todo ello para resaltar su valor sociológico y cultural, que a veces parece olvidarse, aparte del económico, como puntal que son de la hostelería local y uno de los principales atractivos para el turismo.

Ahora, en la que asegura que será su última entrega escrita sobre el tema -dice sentirse cansado para acometer otras nuevas-, el presidente del Aula del Vino acaba de publicar, con el respaldo de la Diputación, ‘Las tabernas del casco histórico de Córdoba’, una joya literaria profusamente ilustrada que se acabó de gestar hacia el mes de febrero del año pasado, días antes de que la pandemia frenara este y todos los proyectos. Retomado cuando las circunstancias lo han permitido, López Alejandre, mano a mano con Pepe Campos que fue quien lo introdujo, presentó ayer tarde la obra en Bodegas Campos, sitio apropiado donde los haya, en un acto con el que la Fundación inauguraba su ciclo Patrimonio de Córdoba. No es ni mucho menos la primera vez que quien durante casi cuarenta años fue secretario general del Consejo Regulador Montilla-Moriles aborda un inventario exhaustivo de las tabernas del casco antiguo, tanto de aquellas con solera, las de toda la vida, como de las más recientes. Pero en esta lujosa edición se añade color e ilustraciones de Ginés Liébana que se suman a las fotos de cada establecimiento. Y una interesante historia de la Federación de Peñas Cordobesas a cargo de su presidente, Alfonso Morales, quien glosa el entrañable parentesco que une desde su inicio a las peñas con estos espacios donde lo mismo se intercambian palabras que silencios.

Siguiendo más o menos los ‘Paseos por Córdoba’ de Ramírez de Arellano, López Alejandre traza una guía cultural de las tabernas recorriéndolas por barrios. Incluye no solo detalles enológicos y gastronómicos sino la trayectoria de cada local desde su nacimiento y notas arquitectónicas del mismo. Tampoco olvida introducir cada capítulo con una descripción histórica y monumental del barrio que visita; de modo que vinos, tapas, usos del tabernero y la clientela y riqueza patrimonial configuran un tratado que reúne lo mejorcito de nuestras tradiciones y lo fija para la posteridad. Por si los vientos de vanguardia, confundiendo la modernidad con hacer tabla rasa de todo lo antiguo, se llevan por delante algunos de los recintos más típicos que todavía perduran o adulteran su fisonomía. No sería la primera vez que ocurriera; tabernas tan enraizadas en lo popular como El Gallo, Juan Peña o El Juramento, por solo citar algunas, acabaron sucumbiendo a problemas económicos o de cambio generacional y echaron el cierre. Y otros establecimientos centenarios sufrieron retoques decorativos que han dado al traste con sus mostradores de mármol y anaqueles de madera, degenerando en sitios híbridos y sin identidad. Por eso este hombre emprendedor y perseverante alerta en todos sus textos tabernarios del peligro que corren estos rincones auténticos. Perderlos sería renunciar a lo más íntimo, eso que solo se cuenta, o se calla, ante un medio de vino.