Voy a registrar un libro en la Propiedad Intelectual. Llamo a la Delegación de Cultura: el trámite ya no se hace de manera presencial, sino telemática. ¿Cómo? ¿Otro palabro? El caso es que me tengo que meter en internet y hacer no sé qué trámites. No lo consigo. Llamo a dos teléfonos de la Delegación. No los coge nadie. Menos mal que en el tercero me atiende la voz humana de un servicial funcionario. Debo disponer de una firma digital. ¿Otro palabro? Tengo que conectarme con la Fábrica de Moneda y Timbre. Lo hago. Relleno el formulario en la pantalla. Aún no me han contestado. Pero lo terrible no es el de sobra sufrido «vuelva usted mañana». Lo terrible es que nos están encerrando e incomunicando, o sea, matando sin que nos enteremos que nos matan. Es el no va más de esta nueva guerra planetaria. Como ahora una guerra le podría salpicar al que la montase, han inventado matarnos en silencio, pulcros, aislándonos, incomunicándonos, hasta lograr que ni salgamos de la casa, bajo la patraña de que estamos mejor comunicados que nunca. Lo siento, queridos nietos. Oigo la sombra de «ya te lo dije» que nos proyectan Kafka, Huxley, Orwell, Bradbury, Asimov y tantos que leíamos en plan de novela de ciencia ficción. De ciencia ficción, nada. Ya somos masa en este mundo donde rige el poder de la muerte. Todo lo que no produce, no sirve. Un niño, un anciano, un enfermo, un parado, un animal, un bosque son un estorbo; hay que eliminarlos como sea, eutanasia, aborto, incendio, virus, incluso esos seis meses sin control parlamentario, de dictadura, que nos metieron por la cara, esa Hidra de siete cabezas que va creciendo en poder, y a la que el Hércules pueblo ya no sabe cortarle las siete cabezas; esa serpiente oscura, soterrada, que se mueve por el fondo tenebroso de la ciénaga inhumana en la que ha convertido la vida bajo esa agua pantanosa, densa, corrompida, que, en cuanto nos adentramos en ella, se convierte en cieno, y nos bloquea sin capacidad de movimiento, y nos ahoga y nos sepulta en su fango. ¡Cuántos ancianos, cuántas almas, no han soportado el aislamiento del virus y han muerto y están muriendo bajo la apariencia de una muerte natural! Y la Hidra sigue reptando por la ciénaga, agazapada, en silencio, saboreando cómo nos succiona la vida y el amor.

** Escritor