Llevo un tiempo estudiando y trabajando en la estructura interna de la lógica conversacional de san Juan de la Cruz y me ocurre a veces, como te pasará a ti también lector, que, tal y como explicaba el Marikondo de las bibliotecas Aby Warburg (siglo XIX): si vas a buscar un libro a tus estantes, acabas sucumbiendo a la «regla del buen vecino», es decir, que acabas tomando el que está justo al lado porque seguro que acaba siendo de mayor interés y relevancia que el que buscabas. Esto, según él, sólo acontecía en las bibliotecas con una ordenación perfecta. Pues a mí me ha ocurrido algo similar dándole vueltas a esta lógica conversacional sanjuanista. De repente, ha aparecido en mi mente -quizás, quién sabe, por una directa inspiración del Marikondo de la mística universal- las lógicas conversacionales de la gente desde que hizo su aparición en escena este fénomeno pandémico. Y es que si recorres una distancia considerable caminando y a medida que caminas te vas cruzando con otros individuos, raro es que en lo que te dé tiempo a captar de conversación el asunto no sea relativo a la «dichosa» pandemia. Unos que si el número de contagiados, otros que si muy pronto nos vamos a poder quitar las mascarillas en los centros educativos (lo que parece de sentido común una vez abiertos los centros de ocio nocturno), otros que si el número de fallecidos, otros que si las vacunas, otros que si los efectos secundarios de las mismas, otros que si todo esto es una gran patraña, otros que hablan sobre el número de olas que llevamos, algunos dialogan sobre las residencias de ancianos y otros... en fin, un largo etcétera. Y no es que todo esto me haya desviado del interés y la motivación primigenia, la lógica conversacional del fraile carmelita, es decir, que no he abandonado esto para optar por la regla del buen vecino, pero, quieras o no quieras, el sitz im leben es lo que tiene de suyo, que no tienes escapatoria.

Me pregunto si, entre los efectos negativos que esta pandemia está trayendo consigo, no se encontrará también una cierta pobreza lingüística y conversacional en los ciudadanos. Esto no es nuevo. Hace más de tres lustros que se viene insistiendo en que los hablantes españoles utilizan cada vez un vocabulario más pobre. Los datos asustan desde luego: a nuestros jóvenes actuales les bastan algo más de trescientas palabras para, según ellos, desenvolverse por la vida. Pero aún peor que esta pobreza léxica y conversacional existe otro fenómeno que se me revela como más cruel si cabe y es que todos nos hemos convertido, o al menos eso creemos, en especialistas en pandemias. A finales de agosto les diré a un buen puñado de especialistas en la obra del místico de Fontiveros que a medida que pasan los años, y sigo enfrascado en su vida y en su obra no me siento, y os lo confieso con toda la honestidad, más especialista en la misma. Me he decantado por el placer de leerlo, sin preocuparme tanto por comprenderlo. No quiero establecer un paralelismo directo entre esto que digo respecto a san Juan de la Cruz con lo que debiéramos conocer o no, hablar o no, dialogar o no, sobre la pandemia que nos azota duramente. Desde luego lo que no pretendo, en este caso, es que se cambie el conocimiento por placer, pero sí ruego que se tengan otros asuntos de conversación diferentes para evitar, por un lado, la repentina conversión en maestros de pacotilla a toda una pléyade de personas que sin oficio ni beneficio se han convertido de repente en auténticos especialistas en inmunología, en virología, que hablan a diestro y si nuestro sin tener un carajo de idea sobre aquello que están profiriendo; y por otro lado, para conseguir una mayor riqueza en nuestra lógica conversacional porque, si no, no vamos a saber de qué hablar cuando este virus nos diga adiós.

** Profesor de Filosofía @AntonioJMialdea