No lo busquen en el diccionario porque no lo encontrarán. Tampoco piensen que es una forma despectiva para referirse a un cumpleaños; ni una comida de corte regional que lleve mucho ajo en su composición. Oí por primera vez la palabra cumplajo hace pocos días, pero al parecer, en el grupo de amigos de mis hijos es usada con cierta frecuencia. He indagado por aquí y por allí, sin ningún éxito, a ver si alguna persona ajena a ellos la conocía. Y dentro del grupo, atribuyen su autoría o al menos su primer uso y explicaciones a Mía Díaz; como no he hablado con ella, así queda de momento la cuestión. Si alguien sabe más que, por favor, me lo comunique. La palabra cumplajo es una composición de cumplido y escupitajo.

Resumiendo: llamamos cumplajo a la unión de unas palabras obsequiosas, muestra de urbanidad, con otras apreciaciones desagradables que contrarrestan la buena intención de las primeras. ¿Quién no ha recibido un cumplajo alguna vez? Por ejemplo: «¡Cuánto has adelgazado, se te ha quedado un tipazo! Eso sí, la cara se te ha descolgado. Ya se sabe que a ciertas edades hay que elegir entre jamón y mojama». Por citar ejemplos, puedo poner algunos míos. Uno, con mi madre: «¡Qué guapísima es tu madre! Tú no te pareces a ella en nada!» Otro, con mi padre: Cuando empecé a publicar recetas de cocina en este diario, allá por el año 1989, alguien le dijo a mi padre: «Me gustan mucho las recetas de tu hija. ¿Se las escribes tú o las copia de algún sitio?». O sea, todo menos pensar que yo fuera capaz de hacer algo sola.

Y claro que no sólo recibimos cumplajos, sino que también los emitimos. Conocí a un matrimonio agradable, simpático y cariñoso que, en cuanto a fealdad no tenían nada que echarse en cara -¿ven? un cumplajo-. Un día me los encontré en la calle paseando con un bebé, una niña a la que elogié con toda sinceridad: «¡Qué bonita, tan rubia, esos ojos azules tan grandes y esa boquita tan sonriente! Preciosa de verdad! -y escupí- ¿A quién se parece esta niña, porque a vosotros, desde luego, no?» En mi intención no estaba insultar, pero se me escapó. Lo curioso es que no se inmutaron, ni se molestaron. Probablemente estaban acostumbrados a que toda la gente les dijera lo mismo. «A mi madre», contestó él amablemente y lleno de orgullo paterno. Estamos tan acostumbrados a los cumplajos que no sabemos ni reconocerlos. Ahora ya tenemos una palabra para definirlos.

* Escritora y académica