La Feria del libro madrileña al igual que las Fallas se ha visto obligada a cambiar de fecha por culpa de la Pandemia. En 2020 no se celebró y este año no pudo hacerlo en su fecha habitual de mayo o junio; así que se decidió por septiembre. Los libreros, que pagan 1.670 euros por el alquiler de una caseta, están divididos: asistir o no asistir. Temen que la afluencia no sea muy alta debido a las restricciones obligatorias a causa del covid-19. En 2019 visitaron el Paseo de Coches del Retiro uno dos millones de personas. Yo que estoy en Madrid este fin de semana sí pienso asistir. Se inauguró ayer y permanecerá abierta durante diecisiete días. Iré como ya lo hice muchas veces. Ojear –de ojo- las portadas de novedades o de libros clásicos de toda la vida es un placer que no lo cambio por una serie de televisión. El premio Nobel de Literatura Naghin Mazuf dijo hace tiempo que «la televisión aniquila la conciencia y quita espacio vital a la lectura». Ahora se lee mucho, pero es en la pantalla del móvil. Ese «aprendizaje» repercute negativamente en la manera de expresarse. Toda la competencia que sufre hoy un buen libro no es cosa nueva. Hace años firmé ejemplares de mi libro Los alemanes de la nueva Alemania. En la caseta de al lado firmaba su libro Antonio Muñoz Molina. Había momentos que no se acercaba nadie ni a él ni a mí. Sin embargo, en una caseta cercana había incluso cola. Firmaban su libro Las Virtudes, unas chicas que habían alcanzado fama gracias a su programa en TVE. Ambos reflexionamos sobre la fama literaria: es mucho más difícil de lograr que la televisiva.