A partir de la decisiva década de los sesenta de la centuria anterior el notable trabajo de los restantes centros del hispanoamericanismo español se trocó en no pocos casos en destacado. Así Madrid –Instituto de Estudios Gonzalo Fernández de Oviedo, perteneciente al CSIC-, Valladolid, Zaragoza o Barcelona se confirmarían, con apreciables diferencias entre sí, como núcleos de apreciable entidad en el discurrir de las investigaciones acerca de la fecunda presencia de España en el Nuevo Mundo.

Nombres como los de Manuel Ballesteros Gaibrois -notoriamente especializado en excavaciones arqueológicas de la América precolombina, de cuya cátedra fuese titular después de su traslado a la Central madrileña desde Valencia en 1949-, el pinciano Demetrio Ramos -en posesión de una cultura verdaderamente enciclopédica acerca de la América virreinal-, el matritense Juan Pérez de Tudela -de conocimientos inagotables sobre Colón y su caleidoscópico universo-, el cesaraugustano Fernando Solano o el segoviano Jaime Delgado -especialista sobresaliente en la, hoy otra vez convertida en objeto de ruda polémica, emancipación de México- refrendan palmariamente la loable labor desplegada en centros en verdad, y pese a todo, periféricos de la tarea revelada con asombro generalizado por la Escuela de Estudios Hispanoamericanos.

Mientras tanto esta asistía durante dicho periodo a la consagración de la penúltima oleada de su plantel de investigadores. Estudiosos en ocasiones de primer nivel a la manera, entre otros, del académico de la Historia Ramón Serrera, Elisa Luque, Balbino Torres, José Luis Mora, Juan Bautista Rivera…, escoltaron las publicaciones incesables del mejor americanista de los dos últimos siglos : Luis Navarro García. De familia sevillana en extremo humilde coronó –(aunque aún continúa, por fortuna, en la brecha…)-, en el arranque de la presente centuria una tarea auténticamente hercúlea en la reconstrucción de capítulos capitales de la huella de España en el Nuevo Mundo, con singular ahincamiento en el itinerario del México hispano. Dada la enfermiza e irremontable ignorancia de nuestra sociedad hodierna respecto -amén de muchas otras cosas…- a la hermosa y hazañosa historia del pueblo español, no sorprende del todo el radical y espeso silencio cernido sobre su personalidad y extensa bibliografía incluso en los sectores autoproclamados elitistas o hispanófilos de la mejor ley. Así, en toda la tolvanera publicitaria y crítica provocada en punto a la hispanofobia mencionada al principio de los artículos de una serie que ahora concluye, ni su nombre ni sus libros aparecieron por casualidad citados ni una sola vez, salvo error del abajo firmante, que debe imperiosamente acabar aquí su modesta reivindicación de algunos de los investigadores que, como Torrijos y sus acompañantes, dieron, esproncedianamente, con su esfuerzo y fe honra a su oficio de historiadores y «a España nombradía».

Venturosamente por lo que atañe a su destino individual, muy diferente y casi contrapuesto es lo acaecido con uno de los, a nivel internacional, más reputados modernistas españoles de la actual centuria: el sevillano Carlos Martínez Shaw. Su dominio deslumbrador en varias facetas de la Edad Moderna –ha sido catedrático en Santander, Barcelona y en Madrid- le ha permitido un conocimiento esencial y, diríamos, indispensable para la profundización en ejes fundamentales de todo auténtico americanismo, que se hallan, sin discusión posible, en dicha etapa cronológica. Favorecida por sus muy hondas raíces hispalenses, su radiante navegación americanista se inició - bajo la dirección inicial del discípulo español más destacado de F. Braudel, el prestigioso investigador leonés Valentín Vázquez de Prada- en la hervorosa Barcelona de comediados los brillantes años -económica y culturalmente- sesenta del Novecientos, con una tesis doctoral del mayor aliento y ambición científica: Cataluña en la Carrera de Indias. Tras su marcha, tiempo adelante, a la UNED, la irradiación de su audiencia y autoridad internacionales siguieron basadas en un trabajo hercúleo en estrecha compañía de su esposa. Al despuntar la tercera década del siglo XXI, ambos tienen ya muy encetada una labor benedictina al tiempo que crucial en su campo investigador, y con él también para misma historiografía nacional así como igualmente para la propia y genuina identidad española.