Con auras tímidas y cúmulos plomizos, el pasado mes de septiembre –en plena segunda oleada del covid-19– se cumplía el 80 aniversario del fallecimiento en la cárcel de don Julián Besteiro Fernández (Madrid, 21 de septiembre de 1870-Carmona, 27 de septiembre de 1940), el dirigente de mayor rango caído en manos del ejército de Franco al término de la contienda; se cumplía también ese mismo mes el 150 aniversario de su nacimiento. Al alborear el otoño, su figura ejemplar me vuelve a la memoria, así como la del sagaz periodista Sebastián Cuevas Navarro y la de Joaquín Martínez Björkman, recordados amigos de Izquierda Socialista en la A. de Estudios Socialistas Julián Besteiro y, en el caso de Joaquín, en el Instituto Olof Palme que él mismo presidiera. Una vez más, en este año de Anteproyecto de Ley de Memoria Democrática en el que son objeto de debate personas y acontecimientos vinculados a hechos relacionados con la guerra y la dictadura, y cuyos perfiles aún levantan ampollas en algunos, al llegar septiembre, en esta tarde añil y afligida, no quisiera dejar pasar la ocasión para evocar a personaje tan destacado.

Formado en la Institución Libre de Enseñanza y en las universidades de Madrid, Munich, Berlín y Leipzig, comenzó su andadura en Unión Republicana y en el Partido Republicano Radical hasta recalar, tras la influencia marxiana recibida en Alemania, en el socialismo español. Ya en las filas de este partido, recibiría un trato injusto tanto por su tránsito hacia la moderación tras la crisis de la Monarquía de Alfonso XIII como por su actuación en el golpe de Segismundo Casado, de marzo de 1939, contra el gobierno de Negrín; esto último le supuso entrar al Consejo Nacional de Defensa y, por lo tanto, participar en el acto de rendición para concluir la guerra. Nunca se arrepintió de haber hecho lo que creía era lo correcto. Sufrió el juicio y condena de los vencedores, permaneciendo en la capital mientras otros huían de ella. Hasta el final su trayectoria transcurrió por los años más dramáticos de nuestra reciente historia, siendo protagonista de relevantes acontecimientos. Como víctima de la represión, su muerte nos alumbra con vigor el itinerario de quien llegara a ser considerado uno de los personajes más emblemáticos de la política española. Por ello, no estaría mal que sus actuales compañeros de partido recordasen a quien, buscando la paz, detestara el pavor de la guerra. Así se enaltecería su figura, ya que temo que sean muchos los que ni tan siquiera sepan algo sobre este conciudadano que, a los cuarenta años, en 1912, y siendo catedrático de Lógica en la Universidad Central de Madrid, ingresara en las filas del PSOE y de la UGT, organizaciones hermanas en las que llegaría a ser supremo líder y sucesor de Pablo Iglesias.

Le llegó la muerte con el privilegio de no guardar rencor hacia nadie. Pasó los últimos meses de su vida junto a un grupo de sacerdotes vascos, leales a su gobierno y al de la República, a los que la represión llevó igualmente a la cárcel sevillana de Carmona. Siempre recordaré la opinión que, recogida por el Cardenal Segura y transmitida por el maestro de historiadores Ramón Carande, tales sacerdotes tuvieron acerca de su compañero de prisión. Besteiro entregó su vida por una causa, la de los más desamparados, dándolo todo al PSOE. Durante su etapa como catedrático de Filosofía del Instituto de Toledo, fue cuando decidió implicarse a fondo en los problemas que sacudieron a la España de aquellos años: la huelga general de 1917, la guerra de Marruecos, la dictadura de Primo de Rivera, la II República (de cuyas Constituyentes sería presidente), o la contienda de 1936 a 1939, que constituirían parte importante de su trayectoria vital. Contrario a la dictadura del proletariado, no la entendió fuera de Rusia; allí sí, dadas las características especiales de aquel país. Marxista revisionista, menchevique a su manera, partidario del socialismo fabiano y del laborismo británico, ejerció, a mi parecer, un gran peso teórico en el socialismo español, si bien hay quien afirma lo contrario: que apenas aportó algo relevante para la causa proletaria. Él mismo se referiría a la suerte que le deparó la vida, al poner a su lado a personas de un nivel moral muy superior al suyo, a sus auténticos maestros, entre los que incluyó a Iglesias, padre del socialismo español y referente personal, con quien mantuvo una gran amistad. Porque él, como bien afirman Patricio y Eva de Blas, en ‘Julíán Besteiro, nadar a contracorriente’ (Algaba ediciones, 2003) tan solo trató de ser un guía, un consejero; eso es lo que quiso representar en España para el socialismo en el que militaba. De ahí que, cuando el otoño agrieta en mi espíritu sus troneras, aún lo tenga como norte en mi vida, y así debería ser para cuantos de corazón afirman sentirse socialistas.

* Catedrático