La caída de Kabul solamente podemos leerla en una clave interna si analizamos nuestra retaguardia. Su reserva moral. Con 96 militares caídos, además de dos policías nacionales, dos guardias civiles y dos intérpretes, España tiene derecho a preguntarse no solo por las causas reales del derrumbe final, sino qué es lo que se ha hecho, exactamente, durante los últimos veinte años en Afganistán. Sin embargo, en contra de lo que sería una visión del mapa que saliera de esas precarias fronteras interiores, nos puede una vez más nuestro reduccionismo. Este mirar al mundo como si el mundo fuéramos nosotros, cuando nunca fue así. Aquí la clave interna se dirime en Twitter con los alineamientos: la izquierda y la derecha, porque el resto es silencio. Y anda ahora la gente lanzándose los feminismos a la cabeza, tanto como los talibanismos, como si la disputa política española pudiera engullirlo todo. Sin embargo, no es así: hay un orden casi planetario que nos está cambiando delante de los ojos, y aquí andamos aún con las alpargatas de Sánchez y la reaparición de una ministra de Igualdad que ha llegado al cargo por vía sentimental. Y puede ser un enfoque si nos ponemos las gafas para leer de cerca, pero el problema viene desde mucho más lejos. Y hay momentos -todos, en realidad- en que hay que quitarse las gafas de la militancia para mirar la realidad a los ojos, aunque nos duela. Porque ir por la vida con el carné entre los dientes, como tantos palmeros que ahora mismo se estarán comprando las mismas alpargatas veraniegas para poder lucirlas y hacer méritos, solo nos conduce a desastres humanitarios como los que estamos viendo. Es decir: a un exterminio.

No se puede reducir a izquierda y derecha lo que está ocurriendo en Afganistán. La historia es más lejana: después del 11-S, los Estados Unidos lideran un ataque contra las mismas milicias de Al-Qaeda que ellos antes habían entrenado para combatir, entre las cordilleras escarpadas, contra las tropas soviéticas en Afganistán. A partir de ahí, una guerra inventada -y legitimada por el ataque al World Trade Center- contra un enemigo invisible: el terrorismo. El problema fue que en la misma tacada se decidió también atacar Iraq, donde no se le había perdido nada ni a las democracias occidentales ni a la venganza estadounidense. José María Aznar cometió un error histórico y se sumó a George Bush, luchando contra el islamismo radical en un país, Iraq, donde no había ni terroristas ni armas de destrucción masiva. Y desde que decidieron pegarle esa patada al avispero estamos sufriendo las consecuencias. Obviamente, los responsables de los atentados que venimos padeciendo en Europa y el mundo son quienes ponen las bombas; sin embargo, si das una patada a un avispero, no puedes pretender desconectarte de sus consecuencias.

Si miramos con amplitud, hay un cambio de orden. Estados Unidos tiene un nuevo Vietnam a sus espaldas, pero ahora los vietcongs vuelan tranquilamente por el mundo y dejan sus recados en París, en Londres y en Madrid, porque somos tremendamente vulnerables y andamos entregados a la ingenuidad del todo vale. Hemos confundido la democracia con la debilidad buenista, hemos renegado de nuestros ejércitos -tenemos un presidente del Gobierno que en 2015 decía, con esa bobería solemne habitual, que él suprimiría el ministerio de Defensa- y nos hemos entregado al consumismo identitario y a la censura de la vigilancia de lo políticamente correcto como horizonte moral. Solo un ejemplo para ver en qué andamos por aquí todos, todas, todes. El cantante Luis Cepeda publica el siguiente tuit: «Si queréis hablar de feminismo, hablad de lo que está pasando en Kabul, mencionad a las Naciones Unidas y reivindicad eso, no de quién suda más o menos encima de un escenario. Eso es cosa del estilo musical que lleves. No caigáis en el discurso fácil». Se puede debatir su contenido, aunque aparentemente las legiones de ofendiditas y ofendiditos lo iban a tener difícil. Pues no: ha sido tanta la presión que se ha visto obligado a retractarse y dejar Twitter. Que tuviera razón daba lo mismo: has ido contra el mantra. Ya hablaremos otro día de qué horror espera a las mujeres en Afganistán.

Irene Montero ahora desprecia los avances alcanzados allí, sin salirse del cargo. Claro que se ha avanzado con dificultad y dos tercios de las niñas todavía siguen sin escolarizar. Pero el tercio restante, ¿os parece poco? Contra un ejército de fanáticos, nosotros por aquí todavía andamos con la paja lingüística.