Muchas de nosotras, afortunadas, tenemos un pueblo, procedemos de una pequeña población en la que seguimos atisbando nuestra primera infancia, y cada verano nos las ingeniamos para volver con toda la alegría y la ilusión del mundo, porque somos a partir de nuestras raíces. Estrechamos con mascarilla pero con todo el amor del mundo a nuestros familiares y visitamos y volvemos a llorar a nuestros muertos. Les contamos muy bajito lo que ha pasado en todo este tiempo y limpiamos sus tumbas, les colocamos bien las flores y acariciamos su nombre.

Volvemos para pisar esa tierra, recuperar nuestro paisaje interior y reencontrarnos con los sabores con los que crecimos. Incluso, tarareamos aquellas canciones con las que nos acunaban o fingimos, aunque haya pasado el tiempo y cada vez nos encontremos el pueblo más cambiado, que seguimos allí, porque pertenecemos a ese lugar imperturbable en nuestra memoria. Y a la vuelta nos llevamos la maleta cargada de los productos de nuestra tierra, para apoyar la economía local todo lo posible y traernos a casa un pedacito de lo que somos, también para compartirlo con aquellas personas a las que queremos y sin las que tampoco podríamos vivir en nuestro hogar de ahora.

Y volver es alegría pero también duele, porque la casa de nuestros abuelos ya no es la que conocimos, en la que crecimos, y por todo lo que sabemos que nos hemos perdido en todo este tiempo: nuestras primas y primos crecen demasiado rápido (aunque siempre nos reciban con un gran abrazo), nuestras tías envejecen cuando queremos que sean eternas y nuestras sobrinas cada vez son un torbellino más potente. Y queremos no irnos nunca de allí para no perdernos nada, para que nada les falte, pero tenemos que volver a casa y, aunque queramos regresar a nuestra cama y nuestra vida, duele tanto...

Con suerte, regresaremos en Navidad, si la salud y las circunstancias lo permiten, y nos contarán cuánto ha pasado desde que nos fuimos en verano. Pesará no haber estado en todas esas situaciones, pero les abrazaremos con el mismo ímpetu y brindaremos por el año que llega, aunque esa vez sea menos alegre que en verano: las ausencias pesarán más. Por eso el periodo estival en el pueblo debe ser nuestro refugio, nuestro remanso de paz, nuestro salvavidas. Por eso es tan importante Volver (con mayúsculas) cada verano, como llevamos haciendo desde que éramos pequeñas.

* Escritora