Al enterarme de la iniciativa del pueblo gaditano Algar sobre «Las charlas al fresco ¿Patrimonio de la Humanidad?», rebobiné mi memoria; y me encontré siendo un adolescente en una de esas charlas. No olvido el botijo, las sillas ocupando parte de la calle ya que no circulaban automóviles y los dimes y diretes que allí se comentaban por las personas mayores. Yo en mi silencio oía las más variopintas conversaciones. Añoro aquellas charlas que duraban hasta que el dueño de la casa vecina a la mía decía: «Ya corre el aire, vámonos a la cama». Algunas veces eran las cuatro de la madrugada. Muchos años después pasé ya tardé por una calle de Cabra y comprobé el cambio que habían sufrido «las charlas». Un matrimonio con las sillas de espalda a la calle fijaba su mirada hacia el interior de la casa. Miraban en silencio la televisión. Ese invento (que podía ser) maravilloso acababa con una tradición, yo diría que centenaria. Ahora, como dicen algunos ciudadanos de Algar, las redes que yo llamo «asociales» entorpecen el dialogo «al fresco».

Me uno a la iniciativa de Algar, aunque pienso que estamos envueltos en la era digital y hay que actuar a la defensiva. El «enemigo» actúa a todas horas. No le interesa que la gente hable libremente de sus cosas importantes, sino de las cosas que le conviene a ese intruso: series, programas, twitter, etc, con una intencionalidad nada altruista. Hace unas noches yo me defendía con ayuda de mi parabólica. Asistí desde mi casa a un concierto de los festivales de Salzburgo gracias a una cadena pública alemana. La tecnología a mi servicio y no al revés.

* Periodista