Los datos espantan: los sitios web porno recibieron más tráfico en 2020 que Twitter, Instagram, Netflix, Zoom, Pinterest y Linkedin juntos. Durante la pandemia, Ofcom, la entidad que mide las audiencias en Reino Unido, informó de que PornHub tenía más público que la BBC. La información procede de una organización británica, Cease (Centre for End All Sexual Explotation), centrada en la violencia sexual y sus consecuencias. Es un asunto que se conoce y se tolera, como si no tuviera importancia.

Por suerte, algunos países se están tomando muy en serio la reflexión pública en torno a la pornografía y sus consecuencias sobre la población en general, y los más jóvenes en particular. En junio de 2017 se divulgaron las conclusiones de una Comisión del Parlamento de Canadá, que recomendaban el fortalecimiento de los programas públicos de educación sexual, y el trabajo estrecho del gobierno con los proveedores de internet para mejorar los filtros de acceso a contenidos de carácter violento o sexual. No parece que se haya avanzado mucho en la verificación de edades en el acceso a páginas inadecuadas, pero la reciente aprobación en el Senado de una ley específica para proteger a los jóvenes de los efectos de la exposición a la pornografía (Bill S-203) demuestra que el tema sigue en la agenda.

La revista The Atlantic publicaba hace pocos días un texto muy estimulante sobre las carencias de la tradicional educación sexual para afrontar la epidemia pornográfica. Una experta entrevistada afirma que su trabajo consiste en dar a los adolescentes las herramientas para «navegar por sus espacios personales y sociales a través de tres adjetivos: su mundo debe ser seguro, satisfactorio y placentero». Sin embargo, los adolescentes que consumen porno gratis no están «pensando en la política que hay detrás, en la economía que hay detrás y, desde luego, tampoco en la ética que hay detrás», dijo esta experta, porque están preocupados por preguntas muy elementales para las que no tienen respuesta: «¿Son sus cuerpos normales? ¿Deben tener un aspecto determinado? ¿Es así como debe ser el sexo?».

Volviendo a las web porno, si los datos espantan, las categorías de búsqueda (por ejemplo: 14 años reales) dan pánico, terror, asco. Pero en España el debate gira en torno al pin parental, o sobre la capacidad de vetar cualquier formación relacionada con la educación sexual, como si nuestros jóvenes vivieran en una burbuja extraordinaria. Dan ganas de apagar e irse.