Papá, el pasado sábado día 4 de Julio dejaste tu vida terrenal y todos nos quedamos consternados. Aún nos cuesta hacernos a la idea. Anoche nos costó conciliar el sueño, incluso teníamos flashbacks de ti cuando cerrábamos los ojos. Todos creíamos que lo mejor para tí era que descansaras, pero aún no le vemos la parte positiva y egoístamente preferiríamos que aún estuvieras con nosotros.

Eras creyente y por ello conocemos que fue la voluntad de Dios la que hizo que permanecieras entre nosotros todo este tiempo y que tu objetivo de buen mortal había sido completado. Llegará la hora en que los recuerdos se asienten y nos adaptemos de nuevo a la vida cotidiana, porque el mundo sigue girando, pero no me cabe duda de que nunca te vamos a olvidar

Dejas un legado enorme. Kilómetros de imágenes registradas a lo largo de tu vida con tus cámaras y aparatos electrónicos de los que eras tan aficionado. Una intachable carrera de médico especialista en ginecología y obstetricia, avalada por tu conocimientos adquiridos, primero con los libros y después con la experiencia y trabajando con el mejor maestro, tu padre. Esos libros de medicina poblando las estanterías del salón y tu despacho y que yo solía ojear fascinado observando con respeto los títulos dispuestos en las paredes de tu despacho, que daban fe de tu profesión y reflejando los esfuerzos que debiste hacer. Tener como referente a tu padre, te puso el listón en lo más alto, ya que fue él, D. José Atance Romero, el que creó el Sanatorio Atance, donde por primera vez en Córdoba existía la posibilidad de tener especialistas en traumatología, ginecología y obstetricia en un mismo lugar, No valía excusar una nota regular con un «es que esto es muy difícil» ya que con su sola mirada lo respondía, sabiendo que él estudió Medicina en unas condiciones en contra y ejemplares, tomando prestados los libros de los estudiantes pudientes del colegio de Sevilla del que él era conserje al principio y del que llegó a ser director.

Dejas constancia de los miles de ciudadanos que ayudaste a curar sus heridas de accidentes, enfermedades e incidencias durante tu puesto en la Casa de Socorro, pasando largas noches de guardia en vela, dotando a esta ciudad de un muy necesario servicio, con un sueldo muy pequeño pero lleno de enorme responsabilidad que sólo era posible por una vocación que hoy en día sería difícil de entender para luego dedicar más de 40 años en la consulta de ginecología del ambulatorio del Sector Sur, así como en el Hospital General y La Cruz Roja.

¡Cuántos miles de bebés has ayudado a nacer y cuántas las pacientes que te adoraban y aún hacen por el trato exquisito que les dabas, tu simpatía y tu ética tan íntegra! ¡Un juramento hipocrático impoluto! La cantidad de noches que te levantabas de madrugada para atender un parto o cualquier problema imprevisto y vacaciones que tenías que volver de urgencia a Córdoba, estuvieras donde estuvieras. Todos lo sabíamos y en casa conocíamos de la importancia de tener el teléfono libre, cuando había cola para usarlo. Nos enseñaste a tomar citas de clientes diciendo las palabras justas e incluso a darle algún consejo a esa mujer que sangraba o que estaba a punto de dar a luz. Esos mensajes que grababas en el contestador automático nos los sabemos de memoria. Todo un clásico, un médico «de los de antes».

Tu gran virtud de no contar los proyectos y hacerlos directamente realidad, a no procrastinar. Tu capacidad de saber escuchar y de no hablar demasiado en ese equilibrio tan propio de un Libra de ‘libro’, que a todos nos gustaría tener. En eso eras el mejor sin duda, la perfección personificada, cuidando y arreglando todo y por eso duraba y funcionaba como el primer día. Y, quizás el mejor ejemplo de todos, tu matrimonio hasta el final con la mujer que adoraste y diste todo lo que podía desear, la talentosa y abnegada madre de tus cinco hijos, José, Leonardo, Mercedes, Amelia y Rosa, Doña Mercedes Hernández Esplá, que Dios le de muchos años.

Trabajabas sin parar y te quejabas de nuestros gastos desmesurados, apagando luces innecesarias, cerrando puertas para que el aire fresco no se desperdiciara, ahorrando agua e intentando que comprendiéramos que era labor de todos el llevar una casa y que cada uno tenía sus responsabilidades como miembro de la familia, para poder disfrutar de las libertades que nos daba la vida.

Eras un buenazo y aunque el ‘no’ estaba asegurado, al final acababas cediéndonos todo. ¡Qué importante es saber educar con un ‘no’ por delante y qué difícil y poco agradecido ejecutarlo! Quizás por ello, yo ahora escribo estas palabras convencido de su utilidad.

Desde muy pequeño conocía de tu afición por la música por esa maravillosa armónica diatónica Hohner que yo cogía de tu cajón a escondidas y tu puesto de cantante en un coro de Madrid, donde estudiaste tus últimos años de carrera. Tu hermana me contó que tu sueño era ser pianista, y que lo sacrificaste para darle a tu familia un futuro mejor.

Nos enseñaste lo importante de los besos y por eso somos una familia de besucones.

Qué difícil ha sido estar durante toda esta pandemia sin abrazarnos y besarnos y sólo hace unos días cuando decidí que ya era suficiente y besarte efusivamente al llegar y al despedirme.

Por todo esto y más, que seguro iremos recordando en el futuro, te damos las gracias, tienes todo nuestro respeto y estarás siempre en nuestra memoria, nuestro corazón y en el de todas las personas que te conocieron. Ahora descansas en un lugar perfecto y soy feliz de ser tu hijo.

I see you in Heaven.