En el pasado los separatistas, entre ellos terroristas y asesinos, eran gente terrible que llevaban sus nada ocultas intenciones en las palabras y en la cara, cuando no se ponían capucha. En España eso era algo característico de los secesionistas, fueran vascos de ETA y sus confluencias, catalanes de Terra Lliure y sus desparrames, o gallegos de Resistência Galega y sus adláteres. Pero lo mismo pasaba con las criaturas netamente españolas del FRAP o del Grapo. Todos llevaban en el rostro lo mismo que en la sesera: una nada que lo decía todo, ganas de acabar con el prójimo, el apocalipsis en la frialdad de una mirada y en la torcedura cáustica del rictus de sus sonrisas.

Hoy no, hoy el secesionismo es una colección de cantamañanas que no hay nada más que verlos en sus hechuras y en sus pintas, en sus aires de alucinados ridículos, desde Jordi Pujol a Puigdemont, pasando por Torra, Aragonés, los encarcelados y los demás escapados y escapadas. Parece mentira que tenga que ser un país como Bélgica, que ostenta en su escudo «La Unión hace la Fuerza» (bien saben ellos lo que es sufrir dos comunidades rivales: valones y flamencos), los que alienten mediante su sistema judicial la acogida a separatistas golpistas; y mentira parece que a la vista de estos personajes de opereta ridícula el Gobierno de una nación de más de 500 años se venga plegando una y otra vez a sus caprichitos que solo buscan más dinero y más poder, nunca una real independencia que saben que sería inviable. En Europa, aparte de Rusia (ejemplo poco edificante) es la república de Francia quien más ha puesto en su sitio al nacionalismo, y sobra repetir las inmarcesibles frases de De Gaulle al respecto. El otro día, releyendo un artículo del exinspector académico y profesor universitario francés nacido en Argelia Edmond Pascual, vi que hablaba de que, vencidos los totalitarismos comunista y nazi-fascista en Europa, aún quedan las «intolerancias y odios enraizados de los nacionalismos, que si en la cultura forman un elemento positivo de diversidad creadora, en política devienen una fuerza opresora contra minorías étnicas y culturales». Está todo dicho.

* Escritor@ADiazVillasenor