Terminan las clases de un curso escolar por el que en septiembre del año pasado nadie confiaba que fuera a durar poco más de unas semanas en su presencialidad. Un comienzo de año académico que nos parecía insalvable mantener las distancias en el aula, inviable la disciplina de los niños tantas horas con mascarilla, difícil de mantener la nueva organización en los centros educativos y su doble dosis de esfuerzo o la responsabilidad de las familias sobre las cuarentenas y la concienciación preventiva. Y lo han conseguido, semana a semana, sin grandes aspavientos como suceden las cosas importantes, con el frío y las ventanas abiertas, no solo hemos mantenido la presencialidad, sino que se ha avanzado curricularmente con bastante normalidad. Desde que empezó 2021, los nueve países cuyas escuelas resistieron mejor el año pasado como Dinamarca, Alemania, Noruega, Bélgica, Holanda, Irlanda e Inglaterra han tenido más problemas que España y se han visto forzados a suspender en algún momento las clases presenciales. Es un éxito sin paliativos, igual que la capacidad de la sanidad pública en la campaña de vacunación y nos sorprende lo que en realidad deberíamos apreciar y reivindicar. Este curso pandémico contó con el refuerzo de 35.000 profesores de apoyo que permitió clases más pequeñas y mejor asistidas, con sus contratos ahora en el aire.

Estos trabajadores públicos merecen no solo el reconocimiento sino la inversión necesaria para tener una escuela que se enfrente a la brecha social cada vez más profunda, al ritmo impuesto de digitalización y al cambio de sistema que propone la reforma de la LOE. Otra de las sorpresas con las que ha terminado este curso inesperado, un proyecto que no penaliza los avances a distinto ritmo, ni las dificultades ajenas a la escuela, un sistema que quiere dar continuidad al aprendizaje con mirada de largo plazo, y que permite pasar de curso con dos materias suspensas.

En España la repetición de curso es una práctica excesivamente extendida, muy asociada al fracaso y abandono, que afecta a casi un 30% de los alumnos, muy cara un 5% del presupuesto de cada año (1.500 millones de euros) porque repetir cuesta escolarizar un año más, y que incide como siempre en el alumnado más vulnerable, que son lo más afectados con una menor inserción laboral vía mayor abandono temprano, un 16% aquí frente al 10 % de la media europea. Seguir con la idea de repetición es asumir bajas expectativas para los alumnos más rezagados, asumir que no hay otra forma de apoyarles. Pero la reforma debería ser refrendada por una mayoría política y esa sería la sorpresa final.

*Politóloga