De las personas inteligentes, uno espera que usen la razón lógica al tomar decisiones o, por lo menos, que tengan a mano un argumento razonable para justificar, aunque sea a posteriori, la decisión que acaban de tomar, tan importante para sus vidas o para las vidas de los demás. Pero me pregunto si sabemos qué es una persona inteligente, qué es la razón lógica y qué es una argumentación razonable a posteriori. Porque, en realidad, no son conceptos para nada equivalentes ni tienen las mismas consecuencias prácticas sobre las decisiones. Yo creo que este conocimiento no es de dominio público, ni siquiera entre las élites del poder, y eso explica por qué hay tantas personas que aceptan ocupar una posición en la que hay que, por lo menos, ser consciente de la diferencia entre esos conceptos y disfrutar de algunas de las cualidades que estos definen para desenvolverse de forma digna y útil.

La inteligencia es un término polisémico y resbaladizo; en realidad habría que hablar de inteligencias. En general se refiere a la capacidad de un organismo vivo para devolver una respuesta elaborada, no automática, a un estímulo. En los organismos superiores, como el ser humano, la inteligencia implica la capacidad de percibir, memorizar, imaginar y razonar (pensar) de forma abstracta, y con ello aprender a desenvolverse mejor en la vida y adaptarse con agilidad a los cambios. Las personas inteligentes disfrutan de todas esas cualidades, aunque hay personas con inteligencias específicas, que manejan solo alguna de esas habilidades.

Ya vemos que el uso de la razón es una de las cualidades de la inteligencia. Pero qué razón. No hay tampoco una definición sencilla de razón. En el sentido más amplio, la razón se refiere al simple uso de reglas de pensamiento para conectar hechos o ideas. Pero hay infinitos conjuntos de reglas, y solo algunas son lógicas. Pero incluso hay numerosas lógicas, tantas como axiomas y leyes sobre las que se construyen. O sea que en principio hay muchas maneras de ser lógico, aunque solo algunas pueden resultar útiles para que la inteligencia pueda ayudarnos a sobrevivir y adaptarnos. Solo la experiencia nos dirá qué tipo de pensamiento lógico funciona mejor para la vida.

¿Quién se para a pensar con esa lógica todo el tiempo en el día a día? En realidad, la mayor parte de ese pensamiento, lógico y menos lógico, tiene lugar de forma incons-ciente. Incluso las personas con un nivel de inteligencia normalito somos capaces de hacer de forma inconsciente cantidad de razonamientos y cálculos complejos para re-solver infinidad de situaciones de la vida cotidiana, como acertar a dar en el blanco des-pués de varios intentos. Cuestión aparte es el razonamiento lógico consciente; ahí la cosa está menos clara. Para empezar, parece que ese razonamiento consciente es en realidad solo la toma de conciencia de un pensamiento que ya ocurrió unas milésimas de segundo antes en nuestro cerebro. Y en muchos casos lo que entendemos por razonamiento consciente es simplemente una especie de justificación a posteriori de un acto ejecutado, de una decisión ya tomada por nuestro cerebro a través de una lógica desconocida. Es lo que nos ocurre, por ejemplo, cuando acabamos de comprar algo y razonamos de forma consciente esa compra, casi siempre justificándola con unos argumentos razonables.

Esa justificación a posteriori tiene más importancia de la que sospechamos, y oculta la existencia de otros mecanismos, aparte de la lógica en la toma de decisiones. Abre la puerta a los motivos irracionales, los sentimientos, el caos. Y no tiene por qué ser algo malo. Pero es bueno saberlo. Porque ese descontrol puede ser inocuo en la vida privada de un individuo pero peligroso en una persona con responsabilidad como el presidente del Gobierno que, por ejemplo, decide ahora si indultar a los condenados por sedición en Cataluña, o cómo controlar las ayudas de la UE para la recuperación económica. Confiemos en una decisión inteligente.

*Profesor