En Córdoba y con la canícula ya en ciernes la mascarilla comienza a ser ese oscuro objeto del deseo que todos queremos quitárnoslo. Aunque también están los precavidos que hacen muy bien con connaturalizarse con semejante artilugio que algunos con peso en el ámbito científico dicen que ha venido para quedarse. Nuestros amigos los japoneses ya nos llevan la delantera en eso de integrar la mascarilla en el look. A más de uno se le ha visto por los alrededores de la Mezquita embozados en la mascarilla en aquellas épocas en la que ésta nos recordaba más a un convaleciente hospitalario que a otra cosa. Parece que nos ha llegado la hora de ir pensando que el uso de la mascarilla va a formar parte de nuestra indumentaria más básica, y un servidor también le copiaría a los japoneses otro elemento más de su atrezzo turístico por nuestra ciudad. Esto es, el paraguas. No me diga que no le da envidia cuando en Córdoba la llana está cayendo ese sol de julio que derrite hasta el asfalto, y aparece un nipón, o mejor una grey de nipones a la sombra ambulante de un paraguas hechos sombrilla. Pero en fin... también habrá alguien por ahí que me diga que qué narices hace nadie deambulando a las cuatro de la tarde por el casco histórico con la que cae en verano. Y lleva toda la razón pues los cordobeses tenemos otras armas de destrucción masiva de la caló, como son el botijo, la siesta, el ventilador y el gazpacho. Casi ná. Aunque de lo que parece que no nos vamos a librar es de la mascarilla, pues aunque como se prevé Juanma va a relajar su uso, ésta ha venido para quedarse. Ya estoy viendo a algún castizo haciendo mascarillas de croché a juego con el tapón del botijo. Si no lo hemos hecho antes es porque abrigábamos la esperanza de librarnos algún día de la mascarilla. Pero ahora toca apelar al espíritu integrador de las tres culturas. En este caso con la cuarta; la del covid. Habemus mascarilla.

* Mediador y coach