Las reglas del ecosistema nos enseñan cómo es muy fácil mantener el equilibrio y la armonía si todo es presidido por el respeto. Pero ¡cuánto daño puede acarrear la introducción irresponsable de especies extrañas procedentes de lugares contrarios! Acabo de leer en este diario, que en nuestras latitudes acuáticas desde hace unos años han encontrado siluros, un pez enorme, enormemente egoísta y ajeno a lo nuestro. Este pez, tan aparentemente poderoso y apetecible a la pesca como un gran trofeo, en realidad lo que hace es arruinar la belleza de todo lo demás porque no solo está donde no debe ni se le esperaba, sino que quiere todo lo que hay en el río para saciar sus necesidades. Pero es que, en una diabólica coincidencia, igualmente desde hace unos años tenemos siluros políticos en nuestros parlamentos. Y son tan dictatoriales en su naturaleza como su homólogo del Reino Animal.

Y como los siluros peces, los siluros políticos en un principio parecen admirables con sus exóticas apariciones estelares, de tal manera que atraen rápidamente la atención de todos. Pero la realidad es que son auténticos basureros que solo sirven para devorar la bella armonía y remover el fondo, hasta hacer turbio y traicionero ese cristalino río político llamado democracia. Y con una soberbia típica del que solo le importa su ego y ambición, los siluros van acabando con la vida con tal de reinar; reinar o arruinar que al final no es disyuntiva, sino que lo segundo es consecuencia de lo primero. El siluro político en democracia como el siluro en ríos de nuestra tierra, no respeta las reglas del ecosistema porque sabe que donde está no es su hogar y, por tanto, odia y destruye por donde nada. Barbos y Black Bass y Carpas no se dan cuenta del peligro hasta ser engullidos por el monstruo; el siluro no acepta competencia. Los siluros políticos nadan peligrosos por nuestras aguas democráticas con el solo objetivo de transformar para sí y por tanto destruir, el actual ecosistema político español que tanto ha costado construir con paciencia, sapiencia y sobre todo humildad.

Pero no teman, porque nuestra querida democracia, a viento y marea, derrotará a los siluros ya sean de río o de parlamento gracias a la moral invencible de su pueblo que siempre vence a una adversidad acaudillada por supuestos nuevos libertadores o supuestos nuevos protectores que son los falsos profetas de siempre. Porque como dijo el Poeta, nosotros los de entonces, ya no somos los mismos gracias a la generalización de la cultura que nos abrió los ojos. Pero ellos, los de entonces, siguen exactamente igual. Por eso hay que aislarlos en las urnas como a pez solitario en un acuario y ahí, que la ferocidad les lleve a dar vueltas una y otra vez sobre sí mismos mientras la vida en el río vuelve a normalizarse.