La liturgia de la Iglesia nos ofrece el Tiempo de Pascua, como la gran respuesta de Dios Padre a la muerte, -aparentemente absurda y escandalosa-, de Jesús, en la Cruz. Dice el papa Francisco, haciéndose eco de un pensador, Teilhard de Chardin, en su encíclica ‘Laudato si’: «El fin de la marcha del universo está en la plenitud de Dios, que ya ha sido alcanzada por Cristo Resucitado, eje de la maduración universal». Por difíciles que sean los momentos que nos toque vivir, tengamos la seguridad de que Cristo ha asumido en él mismo este mundo material y ahora, resucitado, habita en la intimidad de cada ser, lo envuelve con su afecto y lo llena con su luz. Esta es la esencia viva del tiempo pascual, que la Iglesia vive presentándonos a Jesús resucitado y a los principales personajes de la resurrección. Todos ellos parecen dirigirse al mundo de hoy, a la sociedad de nuestro tiempo, para trasmitirnos esa Gran Noticia de que Cristo vive y se ha quedado con nosotros, a nuestro lado, hasta el fin de los tiempos. Entre los personajes de la resurrección, tenemos a María Magdalena, que busca llorando y con amor, el cuerpo de su amigo Jesús, al que confunde con un hortelano. Y es que al Resucitado no se le reconoce de entrada. María «se volverá» gracias a la voz de Jesús que pronuncia su nombre. Sólo cuando nos llama por nuestro nombre le reconocemos. Y recibe la misión de contar a los hermanos lo que le ha dicho el Señor. A Dios solo podemos encontrarle en la medida en la que lo anunciamos a los demás. Tenemos también a dos personajes desencantados, en plena huida hacia Emaús. Aquellos dos discípulos nos dejaron cuatro actitudes para los momentos de desencanto: primero, el lamento, en forma de queja y de suspiro del alma: «Nosotros esperábamos...». Todos esperamos triunfos, éxitos inmediatos, felicidades instantáneas, pero nos encontramos con fracasos y derrotas, entre golpes y heridas. Segundo, los dos de Emaús nos enseñan a escuchar atentamente a esos «mensajeros», muchas veces totalmente desconocidos, que nos traen un «recado de parte de Dios». Tercero, los de Emaús nos dejan una hermosa plegaria que les brota de su corazón anhelante: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída...». Ernestina de Champourcin plasmó en un delicioso poema esta oración: «Porque es tarde, Dios mío, / porque anochece ya / y se nubla el camino; / porque temo perder / las huellas que he seguido, / no me dejes tan sola / y quédate conmigo». Y la cuarta actitud de los dos de Emaús, es saber descubrir la presencia del Resucitado, al partir el pan, invitándonos a ese «partir, repartir y compartir» de los auténticos cristianos. Entre los personajes de la resurrección, aparecen Simón Pedro y el discípulo amado. Ellos corren al sepulcro vacío y, al final, ellos pasean con Jesús en las riberas del lago de Galilea. Personaje de la resurrección es Tomás, al que podemos llamar el «patrón de los buscadores de Dios», quien nos enseña la importancia de la «experiencia religiosa y de las vivencias personales». Personajes son también los ángeles y los soldados, formando parte de la trama divina y de las tramas humanas. La pintora Teresa Peña tiene un cuadro dedicado a la resurrección, en el que aparece una multitud de personas con las manos en alto, como si fueran palomas, y en actitud de caminar. La resurrección de Jesús es, en fin, una declaración de amor de Dios a los hombres. Y la Pascua, núcleo de la fe cristiana, es caminar como portadores de esperanza.