Hacía tiempo que no tenía noticias de este montillano tan sabio como discreto en saberes y en todo lo demás, de aguda inteligencia fogueada en la escuela de la vida, perseverante y machadianamente bueno; un tipo que solo se siente cómodo yendo del corazón a sus asuntos, y estos en el plano profesional han sido la fotografía bajo el pseudónimo de Rúquel y en el personal los libros, su pasión insaciable. Rodeado de ellos, por no decir felizmente aplastado por su presencia y su influjo -más de 60 años de coleccionismo compulsivo dan para mucho-, es como siempre recuerdo a Manuel Ruiz Luque. Así lo vi la última vez, como las veces anteriores, cuando lo visité en su pueblo para entrevistarlo de nuevo, aunque en esa ocasión había cambiado el escenario: ya no era su casa, o mejor dicho sus casas, porque había adquirido un segundo inmueble cuando los volúmenes, que también invadieron la planta alta de su estudio fotográfico, amenazaban con echarlo de la vivienda familiar. Ahora este hombre de sonrisa tímida y mirada jocosa a la que nada escapa, poco dado a malgastar palabras pero sentencioso en el decir a fuerza de beber de los clásicos, me recibía en la Casa de las Aguas, el señorial edificio del siglo XIX ofrecido por el Ayuntamiento para alojar los aproximadamente 40.000 libros, todos ellos auténticas joyas de incalculable valor histórico, con que Ruiz Luque ha querido enriquecer generosamente el patrimonio cultural de Montilla. En ese paraíso borgiano cruzado de senderos que siempre se bifurcan aguarda la visita de investigadores y público en general -como antes en el ámbito doméstico, abierto a quien pedía entrar en él- el fondo bibliográfico sobre documentos locales más importante de Andalucía y quizá de España, con una rica sección de manuscritos de los últimos cuatro siglos inéditos en su mayoría, además de primeras impresiones y numerosos ejemplares únicos o muy raros que abarcan los más dispares campos del conocimiento.

Este ha sido el mundo que con empeño obsesivo Manuel Ruiz Luque se fue construyendo a base de dedicación, paciencia y un olfato de sabueso eficacísimo para el rastreo de cada pieza deseada y su consecución. Un cielo de papel del que quiso desprenderse pero no del todo, de modo que no pasa un día sin que visite la Casa de las Aguas para echar un vistazo a esas criaturas escritas a las que quiere tanto como a sus cinco hijos. Así recuerdo a Manolo aquella mañana de noviembre del 2012, acariciando con embeleso la piel de algunos lomos como si fuera la de una amante, contándome la historia de amor loco que late tras algunas de sus adquisiciones -tiene una memoria apabullante- y despidiéndonos con la promesa de un pronto reencuentro que aún no se ha producido. No en persona, pero sí que he venido sabiendo últimamente de él, imparable a sus 86 años, lo que me ha animado a pergeñar estas líneas en su honor. La prensa no deja de hacerse eco de las actividades de la Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque, y con su titular conversé hace poco por teléfono. Necesité su ayuda y me la prestó al instante. Se prepara en Sevilla la publicación de las obras completas de Antonio Ramos Espejo, exdirector de este periódico, y me pedían que proporcionara algunos de los textos suyos que vieron la luz en Córdoba, entre ellos un librito de puro capricho con un discurso de exaltación del vino Montilla-Moriles editado hace 20 años por Ruiz Luque con el encanto de todo lo que lleva a imprenta. Es otra faceta bibliófila con la que todavía se entretiene, mientras sigue buscando rarezas impresas para ponerlas a disposición de quien las requiera.