El gran humanista sevillano Antonio Fontán (1923-2010), cuya presencia en la vida cultural española no ha sido aún reemplazada transcurrido un quindecenio de su serena muerte, publicó en la última etapa de su fecunda existencia un opúsculo anual -’excerpta’ los denominaba en el lenguaje del Lacio-, en el que reflexionaba sabiamente acerca de uno de los grandes temas que en el año de gracia en cuestión más había acaparado la atención de las elites del país.

Es lástima grande e inigualable muestra de la incuria del pensamiento español conservador de la contemporaneidad que incluso la átona fundación que lleva el nombre del insigne latinista -consejero áulico de príncipes, reyes y primeros ministros-, no haya agrupado en volúmenes bien editados y con garra lectora los escritos referidos, dados a la luz con vigor y, a las veces, plasticidad ausentes de ordinario de su atildada prosa.

El humanismo, claro está, se erigió en extremo axial de buena parte de ellos. Su vigencia en un mundo crecientemente hegemonizado por una fría tecnología constituía para él punto indiscutido. Las muchas oportunidades y los numerosos avances abiertos al despliegue de su civilización quedarán mancados o incluso frustrados de no alentar en su andadura y meta el ‘humus’ humanista sobre el que se alzaron los espacios culturales de mayor relieve y estilizada figura de los del pasado remoto o próximo. Nadie con una palestra tan tica y cromática, de saberes profundos y bien anudados, pudo discurrir como él sobre los grandes desafíos planteados a los hombres y mujeres protagonistas del despuntar del siglo XXI

El ingente acervo de experiencias decantado en su talante por su estrecho contacto con el poder en el área política y económica -las más sustantivas de su naturaleza- completó el enfoque del humanismo del primer presidente del Senado de la democracia restaurada. Su permanente toma de pulso del franquismo a través de fuentes múltiples y de insuperable valor -conversaciones y confidencias continuas de la dirigencia dictatorial, junto con su fuerte presencia en el ámbito de las empresas de la información (radiofónicas y periodísticas)- le granjeó, decíamos, un saber minucioso de la alta política dela época, al paso que el atesorado por su observación de las andanzas y contradanzas de las esferas dirigentes del capitalismo indígena y del extranjero en sus iniciales incursiones por las finanzas, le otorgaron un conocimiento impar de la crucial realidad del poder en su otra dimensión esencial al lado de la política.

Trasmutado todo ello en su rico espíritu en una reflexión buida y de amplio espectro sobre el papel y función del Humanismo en la sociedad actual, escaló cimas accesibles solo a las mentes tan arquitrabadas y a sensibilidad tan tremente como la suyas. ¿Renunciará la colectividad nacional ahora de vibraciones tan átonas al usufructo del legado del último quizá de los grandes humanistas españoles?

* Catedrático