Viernes de Dolores del Año I de la era covid, la lepra del siglo XXI, después del inicio del estado de alarma, sin colas en San Jacinto. Avanzada ya la cuaresma, se aproxima una Semana Santa sin pasos procesionales, pero de carne y hueso en cada esquina, en cada residencia de ancianos, en cada bloque de vecinos, en la cola de cada comedor social. Pienso que vivimos la hora de los crucificados, de las víctimas expuestas en las estadísticas del desastre, en el monte calvario de esta pandemia, cátedra del dolor. Solamente puedo ver nazarenos en el vía crucis de este día, crucificados o cargados con el peso de sus soledades, del cierre de sus negocios, del desempleo pertinaz, de la falta de algún ser querido, del distanciamiento social, de la incertidumbre y la ansiedad ante complicadas expectativas de futuro. Todos somos víctimas en distintos grados de esta situación. Es verdad que en muchos lugares olvidados del mundo, que se cambiarían sin pensarlo por la mayoría de nosotros, esa visión que ahora sentimos no es nueva, y nos debería ayudar a comprender el apremio de tantas necesidades, y valorar la importancia de todo lo que resulta esencial, aunque me temo que este año los buñuelos y los pestiños van a sabernos menos dulces, van a tener distinta contextura la leche frita y las torrijas propias de las fechas.

Es la hora también de los cirineos que ayudan a portar esas cargas, de las cadenas de solidaridad ya sean familiares, sociales o vecinales, que sirven para aliviar el alma y el cuerpo. Es también la hora de los héroes anónimos, de todos esos trabajadores que desde su compromiso y responsabilidad se han puesto al servicio de sus semejantes en ocasiones, además, desde una alarmante falta de medios materiales.

Es la hora de las verónicas, de cuantos salen al paso con una palabra de ánimo, con un gesto de compasión, de cercanía, de empatía, de quienes curan heridas y cicatrices que esta prolongada situación nos está dejando. Es la hora de todas las dolorosas, de todas esas personas quebradas de dolor ante la adversidad de hijos o familiares, que acompañan, confían y esperan, que lo meditan y lo guardan todo en su corazón.

No faltan, tampoco hoy, todos esos personajes secundarios que se adornan de formas llamativas, que gritan y siembran discordia, que acusan o labran rencillas. Secuaces de otros que urden su propio beneficio entre tanta tragedia. Ahí aparecen los traidores por unas monedas, los lacayos del poder, los ladrones presentes desde antaño en la historia de la humanidad, que representan todas nuestras miserias.

Es la hora del barro, del polvo eres, de la humildad y la fragilidad con la que nos sentimos. No, no podíamos medirnos solamente en tasas de crecimiento económico: ha fracasado la «mano invisible» de Adam Smith por la que se auto regulaba el mercado. Ni la tecnociencia era la nueva religión que resolvería nuestros problemas, la tierra prometida de la inteligencia artificial cuyos algoritmos todo lo iban a predecir y remediar. Necesitamos sentir y confiar, saber hacia dónde caminamos, sedientos de esperanza, en esta noche oscura, comprender que todo tiene un sentido y que la luz triunfa sobre las tinieblas. Pese a los agoreros de turno y a la que está cayendo no hay que darse por vencidos, la historia no acaba aquí ni tampoco acaba mal.

* Abogado y mediador