Hay personajes, pocos, cuya fama no deja de crecer muchos años después de su muerte. Uno de ellos es Julio Romero de Torres, nuestro Julio Romero, quien tras un largo y ominoso olvido --provocado por lo que Ginés Liébana, que lo ha sufrido en vida, llama «la tiranía de los modernos»-, empezó a ser rescatado de la desmemoria oficial en las últimas décadas del pasado siglo y desde entonces cada vez se hace más presente su pintura, como lo demuestra el interés despertado en sucesivas subastas. Y junto a su pintura, su figura, siempre seductora pero desdibujada con el paso del tiempo entre tópicos y maledicencias. Una típica estampa cordobesa, quizá más legendaria que real, de capa y sombrero, mirada profunda y seriedad que se deshace en requiebros hacia la belleza femenina; en suma, un perfil de copla que ayudó a cimentar la inmensa popularidad disfrutada por el maestro entre sus contemporáneos y acabó por reducirlo a un cliché injusto tras su desaparición, que es lo que suele ocurrir cuando la realización de un creador, por muy grande que sea, se asocia a su persona.

Hoy, por suerte, parece borrado cualquier nubarrón que todavía ensombreciera la imagen del pintor cordobés de mayor fama, cuyo museo visitan --o visitaban antes de la pandemia-- hasta los que nunca pisan un museo. La imagen de Julio Romero de Torres sigue ahí, alimentando el mito, como un fondo más del retrato de la Córdoba honda. Pero ahora se pone el foco en su obra, limpia al fin de prejuicios y elevada al altar del simbolismo y del decir oculto por los mismos que la consideraban material de almanaques para cuartito de zapatero remendón. Y mientras, surgen por todos lados iniciativas culturales que lo recuerdan, algunas nacidas al color del 90 aniversario de su muerte, que pasó en 2020 con más pena que gloria entre confinamientos y demás demonios del coronavirus. Si algo lo salvó fue la excelente exposición con la que el Archivo Municipal llevó al Paseo de la Ribera, lugar tan afín al pintor, valiosos documentos gráficos que arrojaron luz sobre su trayectoria y su vida.

Hace unos días la Real Academia, a través de Mercedes Valverde, dedicó la última de sus sesiones públicas --todos los jueves en directo por Facebook-- a los versos ofrecidos al artista por los más reputados poetas de su época; su museo acaba de estrenar un sistema de seguridad pionero para proteger los fondos mediante tecnología blockchain, que certifica digitalmente la propiedad municipal de los cuadros, y hasta la música se ha aliado como una pieza más que formará parte del inventario. Se debe al músico y productor Fernando Vacas, que ha querido homenajear a ritmo de alegrías a Julio Romero con un audiovisual, dirigido por Pablo Vega, que certifica una vez más su vigencia.

A todo ello hay que sumar la publicación de un libro titulado Pasión y Belleza. Julio Romero de Torres y Córdoba, editado con lujo por la Diputación, que es uno de esos trabajos que no deberían faltar en la biblioteca de todo amante del arte y de la historia. Su autor, el periodista Alfredo Asensi, recrea con amenidad y detalle no solo la forja y crecimiento del mito sino la transformación de Córdoba a través de los grandes hitos que cambiaron su fisonomía urbana. Para hacerlo se apoya en fotos inéditas o muy poco conocidas y en largos diálogos basados en la radionovela que dedicó al personaje --como hizo con otros muchos-- que imprimen dinamismo y espontaneidad a un trabajo muy meditado. Todos los caminos conducen a Julio Romero.